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SABÍAMOS que la UE –Unión Europea–, en el fondo de los fondones, no es más que la Unión de Ecolalias para reírse de los europeos. La palabra es muy vieja en nuestro diccionario. Procede del griego «ekoo», que significa eco, y de «laleoo» que se identifica con el habla de un charlatán sin sentido. O sea, que sólo por las paridas que genera, su uso sólo es aplicable a lo que no tiene sentido y se repite a voleo. Dicho pronto y claro: para gilipuertas en eco. La Lozana Andaluza, que cuando jodía no daba puntada sin hilo, decía a este respecto sin ningún respeto: abran paso, que «no es nada: que lleva la cresta hinchada» y no más.

Tiene usted más razón que una santa, doña Aldonza, que así se llamaba la Lozana en la intimidad. A cresta hinchada y a laleos de ecolalias –lo que en lenguaje progre se llama ecolojetas en eco– ni prostituto caso: estos badajos suenan a percusión amortizada. Lo digo por la reciente cancamusa de la vuelta del lobo a Castilla y León, que suena a tomadura de pelo. No sabemos en qué parte de la ley estamos: si en el preámbulo de la primera ley, si en la primera premisa del Génesis, si en la segunda del correlato de la utopía animalista que lamina al hombre, o si en la conclusión del despiece tras la correría de unos lobos merendándose al poni de la señora Ursula von der Leyen.

No lo sabemos. Lo que en derecho supone una ecolalia sin sentido: la ley que no es clara ni precisa, señalaba Kant, no comprueba hechos sino ideologías eximentes. Y si encima es contradictoria, como el reciente caso, su cumplimento es nulo. Sólo queda clara una cuestión para la Unión de Ecolalias en eco: que los ciudadanos debemos empatizar con el lobo desde el colmo del franciscanismo: el lobo, harto de carne, se mete fraile.

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