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Al finalizar las últimas palabras de esta columna todavía no estaba madura la situación de Venezuela, ni los escarceos judiciales que involucran al vértice de la pirámide de la nación. A la vuelta del verano conoceremos el devenir de tanto trasiego que preocupa al común mientras la guerra continúa en los frentes de todos conocidos. Pero eso será a la vuelta del verano. Mientras, quien más y quien menos, nos buscaremos la forma de disfrutar de unos días de vacación siempre merecida. Entramos de lleno en un enorme trampantojo donde todo es risa, cerveza, piscina y playa. La sombra de la sombrilla oculta un delicado momento de la economía porque, aunque ofrece muestras de bonanza, no sabemos cuánto y cómo va a durar el último sueño español de la democracia. Disfrutamos, y en esto sí hay consenso, de un momento turístico desbordante. El producto interior bruto se alimenta gracias a un sector que llena todos los resquicios de la España de costa, sol y montaña. Sin duda la temperatura es tan buena que mancha el mapa del color naranja de un sol implacable. Al menos esta vez nos coje con los embalses casi llenos. El agua, ese gran problema que se avecina, seguirá sosteniendo nuestra entraña hidrográfica. Las espigas anuncian una buena añada cerealista y en los puertos de montaña pastan las últimas vacadas trashumantes y lo que nos queda de la ganadería extensiva. Los rebaños de ovino, al menos, tienen en el queso el salvoconducto de futuro. Por ahora. Todo esto lo sabremos al final del verano. Mientras, los habitantes de la comunidad de Castilla y León seguimos disfrutando de un espacio rico en oportunidades dentro de este arcano natural, cultural, orográfico, histórico, artístico y agroalimentario que no acabamos de aprovechar para no tener que vivir en el futuro solo del turismo. Habrá que esperar al final del verano, cuando enveren las uvas, se inicie la montanera, la berrea ponga la música en la naturaleza y aparezcan las primeras setas, que son el vector más elocuente del liderazgo de nuestro territorio en biodiversidad. El oso dejará sus huellas por los caminos de las montañas, el urogallo jugará al escondite en los últimos cantaderos y el lobo seguirá reinando a sus anchas más arriba del Duero. Y es que esta es la parte salvaje que nos identifica, diga lo que diga la agenda verde de las gentes del norte. Seguimos siendo un pueblo que camina por los senderos de esta geografía privilegiada. Los senderistas de hoy son la versión de los paseos por la carretera en mi pueblo. Al menos caminamos, que no es poco, a pesar de las puñeteras rodillas de algunos. Pero tengamos paciencia y dejémoslo estar hasta el final del verano. Siempre que los incendios no se cobren el peaje en esta región, que es la mayor masa forestal de España.