Diario de Valladolid

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Hace unos días me compré un libro que engrosa la saturada biblioteca sin final. Era ese libro anárquico. Andaba detrás de él. El caso es que el ejemplar adquirido tenía mucho que ver con las causas imposibles. Nunca había tenido la sensación de que el autor de un libro raro, raro, raro tuviese la capacidad, la ironía y el descaro de descojonarse de toda la intelectualidad del planeta. Y es que el célebre libro que tengo sobre la mesa, de pasta gruesa y con sus doscientas y pico páginas repletas de rasgos irreconciliables con la real cordura, encierra un misterio indescifrable desde hace siglos. La primera vez que me eché a las manos un ejemplar, réplica, por supuesto, del celebérrimo manuscrito Voynich aluciné a colorines. Me parecía una broma de exquisito gusto el que nadie, hasta el momento, o sea, hasta anteayer, haya sido capaz de descifrar su contenido. Adquirí recientemente una copia de la copia de la copia, eso sí, en inglés y con el sello y garantía de la universidad de Yale, que al parecer es en esta seo donde se custodia el susodicho cuaderno del misterio, todo un engendro en cuestión. La Wikipedia me ha chivado que actualmente se conserva en la biblioteca con la ficha MS 408 en la biblioteca Beinecke de libros raros y manuscritos de la Universidad de Connecticut. Y digo que he ojeado sus hojas, repito, de la copia de la copia de la copia, hace apenas unas horas. Y a uno le cuesta creer que todavía nadie haya sido capaz de descifrar sus textos, letras, escrituras y alfabeto indescifrable. Lo más curioso es que todos los dibujos iconográficos, seres humanos, plantas y vegetales son también imposibles de interpretar. Parece de ciencia ficción. Es ciencia ficción. Te puedes marear intentando interpretar los extraños sistemas de tuberías, las figuras femeninas desnudas… En fin, que desde que se cree que alguien lo inventó, allá por el 1400 según el carbono 14, no ha habido un paisano capaz de traducirlo al cristiano y cuentan que los que lo han intentado son ya una larga lista de fracasados entre criptógrafos, lingüistas, descifradores de códigos y expertos en idiomas y dialectos. Vamos, que ni Iker Jiménez entra al trapo. No hay manera de desvelar el misterio de su significado. Se pueden imaginar que hay una larga lista de investigadores y científicos que han analizado sus rasgos e ilustraciones. En un momento donde todo se conoce y las nuevas tecnologías alumbran las temidas inteligencias artificiales, resulta que con el Voynich no ha podido nadie. Ya tengo entretenimiento para cuando sea mayor y también la respuesta por si algún genio me pide un deseo. Será que me explique quién escribió e ilustró y por qué el célebre manuscrito que diera nombre el bueno del anticuario Wilfrid Michael Voynich.

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