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Nueva imagen de la Seminci.Leticia Pérez ICAL

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LA SEMINCI era un beso apasionado en el aeródromo de Casablanca. Era un beso estampado en nuestros sueños acristalados en la cuarta file de la platea. Era la lujuria carmesí imaginada por el artista Manuel Sierra, que ha estampado vuelos alados por media Castilla. Era. Cada vez que aterriza algún iluminado en esto del turismo público lo hace para desguazar la genialidad arraigada. Recuerden cuando llegaron los extintos Ciudadanos a la Junta y lo primero que hicieron fue echar a las Edades del Hombre de aquí, que encontraron acomodo en Extremadura. Recuerden que vinieron a cambiar las cosas y en una campaña en Twitter cambiaron las provincias de sitio y los turistas de Zamora acababan alojándose en la plaza Mayor de Salamanca. Recuerden que luego llegaron los muy machos de VOX y donde había un icono del turismo irrenunciable soltaron un escupitajo a bajo precio. Y así todo. Ahora le toca a la Seminci, que donde se insinuaban los labios de Rita Hayworth ahora asoman los morros amorfos de Carmen de Mairena. Y así caen las democracias y se arruinan los grandes símbolos. De Sierra a la vaca que ríe o como se llamen los autores materiales de tal despropósito. En algún momento alguien tendrá que detener tanta tropelía como nos inflige la política. Es como si a Gilda, en vez de un bofetón de Glenn Ford le hubiera endosado cuarto kilo de bótox del Lidl en un piso franco. Bofetón a la Seminci mientras Cienfuegos, José Luis, mira como la vaca que ve pasar al tren mientras cornea el símbolo de Sierra, pintor patrio que no es derechas ni por equivocación. Desde el mayor de los respetos que se puede tener por el asunto es un verdadero adefesio el que le han perpetrado a la Seminci, lo diga Agamenón, su porquero o Cienfuegos. Es tal la avería que no entra ni en la casuística de la amnistía de Pedro Sánchez. La Seminci no se merece semejante morreo. Una idea morrocotuda. Y así todo.