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LAS NOTICIAS sobre las monjas rebeldes de Belorado son prácticamente diarias. Desde que saltó a la opinión pública la decisión colectiva de esta comunidad religiosa de separarse de la Iglesia Católica y adherirse a la Pía Unión de San Pablo, secta sedevacantista dirigida por un obispo fake que se pasea rosario en mano, con atuendos cuasi cardenalicios por posesiones abaciales, acompañado de un acólito ex coctelero que cada vez que habla no hace más que insultar y poner a parir a todo el mundo, los hechos se han sucedido sin solución de continuidad. No deja llamar la atención para el público ignorante de estas cuestiones, pero con sentido común, que unas personas que han entrado en religión en una orden de la Iglesia, cuyas posesiones la pertenecen desde hace siglos, por arte de birlibirloque, por sorpresa, con maestría y destreza, se queden con los bienes que no son suyos. A esto se le llama desprendimiento de los bienes materiales.

La situación kafkiana que se ha creado se asemeja a otras que la Iglesia ha sufrido a lo largo de su historia. Son significativas las numerosas sectas distribuidas por todo el mundo que so pretexto de ideas de reforma y de cismas se independizan de aquella a las que deben su origen y se apropian de los inmuebles y mobiliario en ella existentes. De toda esta historia, que está tomando tintes berlanguianos -el supuesto cura se ha presentado, junto a varias religiosas a altas horas de la noche en una comisaría para presentar una denuncia contra el obispo-, en el fondo y en la forma, no es más que una lucha por el poder terrenal y por la disposición patrimonial de bienes para el desarrollo de sus actividades. Por un lado, curiosamente, el cisma se ha presentado en el momento del fin del tercer mandato de la abadesa, que quiere seguir como lideresa. Por otro lado, el objeto de la disputa no es tanto teológico, sino un asunto más prosaico, la lucha por la propiedad del monasterio, su posesión y disfrute. La manera que la comunidad religiosa ha tenido de intentar hacerse con el bien raíz es desgajarse de la Iglesia Católica para que no se apliquen las normas de Derecho canónico por las que se rige la Iglesia y que únicamente se tenga en cuenta el régimen jurídico previsto en el Derecho común. La pasta es la pasta.