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En esta región, bendita por su geografía y arcano cultural inagotable, el que no sabe es porque no quiere. En esta comunidad, a poco que pongas la oreja, recibes caudales de información, de historias que son esas píldoras de autoestima que reconfortan por ser patrimonio de todos y de nadie. Algo nos falla con nuestras cosas. No trascienden. Es curioso cómo sentimos nuestro el castillo roquero y las ruinas del monasterio, dispuestos a dar la vida por la causa de su defensa, y olvidamos que en ese patio de armas y en esos claustros se ejerció un trato salvaje e inhumano contra la población, extramuros e intramuros. Tenemos datos documentados tanto de hechos acaecidos como tipologías de canecillos y arquivoltas. Somos así, aun conociendo al pícaro feudal y al prior faldero, les vitoreamos en la plaza el día de la recreación. Cuando queremos, aparcamos la vieja memoria histórica. Pero está bien que ciertas cosas sean de todos y de nadie. Por ejemplo, cada vez hay más peticiones en la ventanilla de la Unesco para salvar cosas nuestras. Las cosas inmateriales bendecidas por la Unesco tienen un logotipo azul muy curioso y laberíntico que no conoce nadie y eso, en tiempos de iconos, es raro, raro. Como también lo es el que definitivamente en las escuelas e institutos, y sobre todo en el medio rural, no entre como un torrente de cultura propia en la lección diaria el arcano inmaterial. De su manejo y conocimiento saldrían vocaciones en su defensa. Pero solo son patrimonios inmateriales. Palabro que acuñó la Unesco para proteger las cosas de difícil defensa. Las casas y los conjuntos urbanos paran en otro apartado más grandilocuente, el de Patrimonio de la Humanidad. Hay que reconocer que el titular causa mucho impacto en el turista y, al menos, sensibiliza a las políticas locales para proteger lo heredado. Por mi parte, nunca perdonaré la ausencia de Numancia entre los Patrimonios de la Humanidad en Castilla y León. Por más vueltas que le doy y comparando mimbres entre el resto de los cestos, sigo sin entenderlo. Volvamos al apartado de las cosas inmateriales. Y en este sentido creo que los del otro listado, el de los inmateriales, es apabullante. Pienso que, en nuestro caso, deberían dárselo a toda la región, pues por encima de la piel de 23.000 yacimientos arqueológicos, más o menos, se suceden capas de incalculable valor antropológico, etnográfico y etnológico con ritos, ritmos, enseres, oficios y costumbres cultas interminables. El problema de estas menciones de rango universal es que a veces no llegan al común ni al colegio. Ya que están ahí, que se socialicen para que podemos ir a las ventanillas de la Unesco cada uno con nuestras cosas de la humanidad.