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UNA UTOPÍA con la que empiezan a soñar muchos electores. Ya se sabe que prohibir las campañas es imposible pero imaginemos, por un momento, un mundo sin campañas electorales. Si John Lennon hubiera padecido este acoso electoral lo habría incorporado a su himno “imagine” por un mundo mejor. A estas alturas y tras tres citas electorales ¿alguien sería capaz de identificar una sola ventaja o beneficio que aporten las campañas electorales?

Desde luego prohibir no suele ser la solución para resolver ningún problema pero bastante tiene la sufrida ciudadanía como para tener que verse sometida a tres campañas electorales en apenas unas semanas. Quizá podría justificarse por razones de salud pública igual que se prohíbe conducir una moto sin casco aunque no haya ningún riesgo de daño para un tercero, simplemente por motivos de salud pública.

Entramos de lleno en la tercera campaña electoral de este año (ya veremos si la última) y vamos pasando de la sorpresa al cabreo, del cabreo a la indignación, de la indignación al hartazgo, del hartazgo al aburrimiento y del aburrimiento a la desconexión. Si lo pensamos bien ¿qué aportan realmente las campañas electorales? Absolutamente nada. Todo son perjuicios: se desprestigia (más de lo que ya está) la clase política; se exagera hasta lo grotesco cualquier argumentación política; se imposibilita cualquier posibilidad de acuerdo; se alimenta la crispación social buscando rédito electoral y se colman los telediarios y las redes sociales de noticias falsas y filtraciones interesadas. Incluso la onda expansiva de las campañas electorales alcanza el ámbito internacional provocando conflictos diplomáticos de manera artificial e interesada en perjuicio de la imagen internacional de nuestro país.

Además la mera convocatoria de unas elecciones provoca efectos directos e inmediatos que operan en contra de los intereses de los ciudadanos. Fue convocar las elecciones catalanas y, en previsión de la consiguiente campaña, se retiró de inmediato la tramitación de los presupuestos generales del Estado en perjuicio de todos los españoles. Y es que todos estos efectos de las campañas electorales acaban afectando también a la gestión política del día a día y de las cuestiones y problemas que realmente preocupan a los ciudadanos. Ni siquiera sirven para informar al electorado teniendo en cuenta que se da por hecho que todo lo que se dice en campaña es mentira por lo que una hipotética prohibición de las campaña electorales no perjudicaría a nadie, incluso podría beneficiar a algún partido al que últimamente se le están haciendo demasiado largas.