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¿Y quién no? Informaba este diario el miércoles –página 8– que el señor Mañueco dudaba «del informe de los relatores de la ONU sobre la ley de Concordia». Viene a cuento el rifirrafe porque el señor Tudanca blandía dicho informe en las Cortes de Castilla y León –con la seriedad de los creyentes que en una misma sesión se tragan la cojera del perro y las tosecillas del mochuelo–, como si fueran las nuevas tablas de la ley mosaica. Y añadía, anticipándose a la campaña electoral, que se trataba de un «varapalo histórico» que causa «un poquito de vergüenza».

Palabras atrevidas, que respondió Mañueco con mesura, sin descomponerse el tupé, pero argumentalmente dando en el clavo con datos objetivos: ni relatores ni jueces ni imparciales: «Hasta la ONU ha dicho que no forman parte de su organización y que no expresan su opinión». En suma, como si fueran relatores «por encargo de Sánchez». No es la primera vez que ocurre con etarras e independentista desde «el río hasta el mar». ¿O no?

Pues sí, tan impepinable como los hechos referidos a otros relatores y funcionarios de la ONU, y que todo el mundo hemos visto por televisión: una pandilla feroce colaborando a pie de cañón con los terroristas de Hamas para eliminar, violar, secuestrar, y asesinar, a cientos de inocentes ciudadanos israelíes que asistían a un concierto sobre la paz. Esto, señor Tudanca, sí que es un varapalo vergonzoso, criminal, y un Auschwitz redivivo.

Hablar ahora mismo sobre relatores de la ONU en plena campaña electoral –que Sánchez plantea como un plebiscito a vida o muerte sobre su augusta figura y la de su impoluta esposa–, es una apuesta más que arriesgada. Es una frivolidad que el votante detesta con guasa: Fango, fanguillo, ¿de qué color es tu piquito?