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POCAS COSAS en la vida alcanzan el cenit de las pasiones como escuchar una tonada en una de las últimas tabernas de la montaña. Solo me quedé con la letra y la tarareo, con más emoción que acierto. Dice así: ·Cuando las sombras del monte las cimas escalan /furiosos y hambrientos lobos rondan las majadas…/ Cuando coronan las nieves la ingente montaña/ qué amarga es la vida, qué triste está el alma/ Parece cual si la muerte batiera sus alas/ los corderos balan temerosos / los mastines fieramente ladran y el aullido del lobo hasta el valle temblando resbala”. Las últimas estrofas son de amores, bellas pastoras y cabañas y chozos que son nidos de amor en las montañas. Ecos de aquellos vaqueros, pastores trashumantes, montañeses de León, Palencia, Asturias y Cantabria. Aquellos que mantuvieron a raya al lobu, aprovecharon pastos y cuidaron de miles de cabezas de ganado en los puertos y en los valles de la ingente montaña. Cantaron, y mucho, a su tierra, a su niñez y a sus montañas. A su cultura verde, a la tormenta y al rayo. A la vida allá arriba, más cerca del cielo. Tengo ciertas dudas que no logran disipar los geo-analistas del medio rural ni los teóricos de los paraísos rentables para las flores, las aves y los osos, que no lo son para los habitantes, últimos testigos de un mundo ya finito. Brañas y prados son pastos para nadie en las montañas. Las vacadas apenas resisten el envite de los europeos de arriba y el pastor y el vaquero brindan en las cantinas que quedan en la montaña tras cantar tonadas de despedida. Me pregunto si con un diez por ciento de lo que nos gastamos en urogallos, osos, lobos, avutardas y cernícalos plumilla, entre otros, no podríamos llenar de criadores de mastines y careas, pero en serio, garantizando miles de ejemplares. Dotando de presupuesto para pastores docentes que críen camadas a manta. Este fin de semana, la Fundación Cerezales Antonino y Cinia, una fundación que reinvierte sus efectivos en una agenda cultural fiel a su fundamento y, hasta la fecha, un buen ejemplo de gestión y compromiso, de la mano de la Junta Vecinal de Cerezales, organizaba una feria con nombre de perro: Carea. Se trata de un can con pedigrí, de raza autóctona: el carea y el mastín son aquí los machos alfa de la camada. Los últimos testigos de aquellos perros valientes que defendieron las vacadas y rebaños. La feria Carea es mucho más, pero quiero expresar lo que sentí en ese día de perros en un pueblín del Condado. “Que la montaña está viva todavía y la ribera, también”, me espeta Maxi, el alcalde pedáneo. Y se reafirmó en ella Generoso Rodríguez “Fleta”, el ultimo criador. Un grande.