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MARCIANO MARTÍN, de los pocos que se han currado la memoria antoniana, dice que la orden de los canónigos regulares de San Antonio, “antonianos”, tras varios siglos de enorme influencia en la iglesia y con una probada actividad hospitalaria en Europa, fue suprimida a finales del XVIII por la Santa Sede. Y, con ella, sus encomiendas como la de Castrojeriz, que es el origen del convento de San Antón, cuyas ruinas son parte de la iconografía sentimental del Camino de Santiago. Atravesar su arco exterior descarnado y a la intemperie convirtió a este lugar en algo mágico. Ahí siguen las dos alacenas donde los monjes de hábito negro dejaban comida a los peregrinos que llegaban de noche. Hoy son altares de piedrecitas y notas escritas en montoncitos dentro de las hornacinas más célebres del primer Camino de Interés Cultural Europeo. Casualmente, los mismos arcos que tanta magia y belleza regalaron a las ruinas se han convertido en su penitencia y castigo. Los desprendimientos sufridos de piedras desde los arcos, ponen en peligro a peregrinos, ciclistas, jinetes a caballo, a vehículos de la comarca y autobuses regulares, de viajeros y escolares. Y así se empieza escribir ahora el final de una historia que nació de sus propias ruinas. Estancias que acogían a miles de peregrinos. San Antón ha cerrado sus puertas y ojalá que solo sea “por obras” pues no más de 50.000 euros, dicen algunos, tienen la culpa para su rehabilitación. Silencio para la Tao de los monjes negros, la enfermedad de fuego de San Antón que curaba a los caminantes europeos dolidos por el consumo del pan de centeno en el medievo. Lo de San Antón es una luz roja más en el camino donde cada día se nos apagan más luces de aquellas velas que sucedieron al congreso de Jaca del 87 y que supuso la revolución del Camino, los caminos y la hegemonía de Santiago y su catedral en todo el orbe santiaguista. Fue en tiempos de Millán Bravo y sus guías del peregrino, que en Everest recogían el verdadero pulso de un camino que despertaba y ofrecía al peregrino la información precisa, veraz y justa. La etapa que enmarcaba el convento de los antonianos de Castrojeriz puntualizaba el estado ruinoso del convento de la Tao y su lamentable deterioro. Eran mediados de los ochenta y se acababa de traducir al castellano el Codex Calixtinus que el historiador facundino tituló con acierto la primera Guía Medieval. El cierre de San Antón en Castrojeriz, se une a una cascada de peligros como la desaparición del espíritu de la flecha amarilla, la política sin sentimiento y un mercantilismo que ya no es solo patrimonio justo del mesonero. Algo me dice que nos van a morder los perros por saltarnos la valla. “Cuidado con los perros” decía el cartel en las ruinas de San Antón por aquellos años…