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ALGÚN DÍA, la historia, que es esa cosa que cada cual cuenta como le viene bien, o como le interesa a quien mande, nos juzgará y encontrará los síntomas que producen tanto desasosiego en esta España que se tambalea y que no acaba de derrumbarse. Por ahora. Y que tropieza siempre en las mismas piedras de colores. Aun así, vibra como nunca. En este estado de las cosas se está generando un curioso fenómeno. ¿Estamos tan bien como parece o tan mal como se augura? A simple vista, y a juzgar por la crónica política, estamos viviendo tiempos revueltos. A veces, tiene uno la sensación de asistir a una tragicomedia nacional y, al escuchar a las partes, que se resumen en dos, los unos y los otros, quiero pensar que juegan en bromas. Porque por menos ya se habría liado parda en otros tiempos. Pues bien, eso se traduce en un cruce de dardos entre los propios, en el trabajo, en entornos familiares, en los activistas en los grupos de Whatsapp, grupos que trinan y que tienen más bajas y altas que la Seguridad Social, y los colegas del “bardeabajo”, palabra que hurto siempre de mi recordado Ollas. Este es el campo de batalla donde se dirimen ataques personales, insultos y descalificaciones a los grupos. Minuto a minuto. Los unos y los otros siembran vientos y recogen sus propias tempestades, que nos salpican sin llegar a mojarnos del todo. Por el momento. La prensa calienta las mañanas y los telediarios rubrican la noticia a la que miles de personas se suman y opinan, exponen, se enfrentan, critican y sientan sentencias una detrás de otra. El Internet está que arde. Y las redes provocan incendios con erupciones permanentes que se apagan a la misma velocidad que son vomitados por las circunstancias. A poco interés que le pongas, y gastando un mínimo de imparcialidad, resulta que cada uno de los unos y de los otros defiende sus razones con tanta creencia que, a veces, te hacen dudar de quién de ellos es el acertado. Y mientras, dentro de esta Torre de Babel y de balas de fogueo, disfrutamos de un gigantesco trampantojo económico. Como si una barrera nos impidiese ver lo que hay detrás de tanto Cristo. Casi un espejismo social. Todo parece que brilla y se mueve. El divertimento y los viajes, que son su cadena de distribución, no cesan. Es la España que va bien. Que va y que viene. La que llena de gentío todo. No hay fin de semana ni fiesta de guardar en la que no se nos llene todo… hasta los rincones de los barrios y las ciudades se abarrotan y los pueblines más apartados reciben visitantes. Nunca la hostelería hizo tanta caja. Me pregunto si es calma chicha o es que somos así los unos y los otros. O si la que se nos viene encima será peor. Aquí sigo a la espera de que vengan los míos. Españoles, por supuesto. O portugueses. Todo se andará. Un sin vivir, dice madre.