Diario de Valladolid

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Oigo, patria, tu aflicción esperando a un capitán. Ya no escucho el triste concierto de las campanas de San Pablo. Han cesado de tocar. Oigo alzarse a otras regiones en estrofas funerarias y en Toledo los vecinos se han llegado a sublevar, los regidores reunidos formaron Comunidad. Lloras porque te insultaron los que su amor te ofrecieron ¡a ti, a quien siempre temieron porque tu gloria admiró! Mas el que manda acostumbra a sobornar las conciencias de los que el pueblo le envía portador de sus protestas. Siempre en lucha desigual cantan tu invicta arrogancia, Sagunto, Cádiz, Numancia, Zaragoza y San Marcial. “¡Guerra!”, clamó ante el altar el sacerdote con ira; “¡guerra!”, repitió la lira con indómito cantar… Pero no hay traición que quede por mucho tiempo secreta: de la traición de los suyos los castellanos se enteran. Muy pronto, en Valladolid, de lo de Burgos se habla; se enfurecen los vecinos y se van hacia la plaza. La virgen, con patrio ardor, ansiosa, salta del lecho; el niño bebe en su pecho odio a muerte al invasor; la madre mata su amor, y, cuando calmado está, grita al hijo que se va: "¡Pues que la patria lo quiere, lánzate al combate, y muere: tu madre te vengará!" En Segovia, al enterarse, igual acontece en Toro, Ávila, León y Cuenca. De Soria y Guadalajara, las mismas noticias llegan. En Alcalá y en Madrid ya no manda la realeza. Alicante y Salamanca se suman a la revuelta. Sin que el recuerdo me asombre, con ansia abriré la historia. ¡Presta luz a mi memoria! Y el mundo y la patria, a coro, oirán el himno sonoro de tus recuerdos de gloria. La Iglesia, cuanto más pobre, más a Dios se acercará. El oro de los altares es agua sin alumbrar llevándoselo a la Junta al pueblo le brotará. Anochece ya en los campos, solo se oye el gritar de comuneros heridos que acaban de rematar. ¡Cuán gozosos abandonan a Juana los comuneros! Se aferran a reina loca por no asirse a rey cuerdo ¡Loca estuviera la reina para juntarse a su pueblo! Desde la cumbre bravía que el sol indio tornasola, hasta el África, que inmola sus hijos en torpe guerra, ¡no hay un puñado de tierra sin una tumba española! En Castilla, mientras tanto, verdecieron las laderas, se estremecieron los chopos, se enjambraron las colmenas. Hirió al ibero león ansiando a España regir; y no llegó a percibir, ebrio de orgullo y poder, que no puede esclavo ser, pueblo que sabe morir. La lucha larga ha de ser por la libertad del reino que no fuera libertad la que los reyes le dieron, que libertad concedida no es libertad, sino fuero. Que el sol y el viento común ha de ser la tierra que vuelva común al pueblo lo que del pueblo saliera. Desde entonces ya Castilla no se ha vuelto a levantar. ¡No has tenido más verdugo que el peso de tu corona! Siempre añorando una junta, o esperando un capitán. Poesía que construye. Si las nuevas generaciones leyeran la oda y el poema otro gallo cantaría en España y en esta comunidad. Viva Castilla y León y viva el alcalde de Villalar de los Comuneros.

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