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EN LA NOCHE del sábado en Toledo soñé. Escuché a Recaredo dirigiéndose a los obispos de Hispania, entre ellos a Leandro, el de Sevilla. Asistí al bautismo de España en un concilio en el que godos e hispanorromanos apretaron sus manos. Alguien exclamó que se había armado la de Dios es Cristo en largas discusiones bizantinas. Arrianos y godos. Cuando el calamar de la noche extendió su tinta escuché en Toledo una leyenda en la que Don Rodrigo, que maltrató a la bella Florinda, perdiera España en su triste romance. Y tuve ante mis ojos el esplendor del Califato de Córdoba. Califas y emires. Taifas en tardes de danza y miel en mil y una noches. Reyes de Castilla, de Aragón y de León cabalgaba en la noche toledana de mi sueño y uno de ellos alzó la voz y dijo ser emperador de las tres religiones. Sin duda estaba soñando: moros, cristianos y judíos en dulce armonía. Y a mitad del sueño apareció el de Vivar. Ahí estaba con los suyos a lomos de babieca. Me cegaron el polvo, el sudor y el hierro de su destierro. El Cid cabalgaba en mi sueño con su tizona, al lado de Jimena. Y le vi jurar a un rey y también al lado de amigos musulmanes. Y como en todo sueño, envuelto en cordura y locura, las secuencias se sucedían sin avisar, de golpe. Un rey sabio, Alfonso; otro, santo, Fernando, y Caballeros de Santiago y templarios. Con nocturnidad en Toledo sonó un “Te Deum” después de las Navas de Tolosa. Un nuevo sobresalto: de las aguas por arte de magia emergió la carabela con Colón en cubierta. Y la Reina Isabel platicaba con el navegante sobre las Américas. Nunca soñé tanto y tan seguido. Fue en Toledo. Tierra comunera. Qué emoción ver a María Pacheco cantándole las cuarenta a Carlos de Gante y a sus colegas de Flandes. Cervantes, preso y Lope de Vega, en su salsa, desmadrado. El Greco asomó su rostro alargado en penumbra. Casi me despiertan los cañones de la francesada. Y sentí las ametralladoras de una guerra entre hermanos que no deberá volver. Al final desperté en un inmenso plató con miles de humanos a mi lado. Enfrente, Toledo. Fui de diversión y salí más español que nunca. Quién lo diría, eran franceses los que crearon Puy Du Fou. La madre de los espectáculos. Efectos especiales, luces, sonidos, teatro, danza, títeres y decorados e intrahistoria española por doquier. Erwan de la Villeón, gracias por contar nuestra historia como una gran aventura y por reconocer que nunca terminaremos de entender lo grande que es España. Y viniendo de un francés es de agradecer. Cuando salí del impresionante recinto me encontré la España de ahora con sus taifas, sus penurias y su evidente decadencia. La pesadilla. Y tambores de guerra en el escenario donde un día no se nos ponía el sol. Puy du Fou España merece la pena por todo. Un sueño que merece la pena ser soñado.