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HA AFLORADO últimamente un nicho de mercado dedicado a la prospección de aguas subterráneas, los insultos líquidos. La descalificación e incluso la mera crítica son objeto del deseo de un expediente de muy legal y muy noble malversación del parné que se recauda con la voracidad fiscal que carece de veda. Puente, el vallisoletano ministro de Transportes, anda preocupado por lo que se dice y se opina sobre él. Suele producirse, cabe apostillar, que los individuos más dados al desahogo frente a terceros son extraordinariamente sensibles a todo lo que sobre ellos se comenta.

Existen realidades, incluidas las de las actitudes de determinadas personas, respecto de las que el insulto no resulta adecuado. Y no me refiero tanto desde una perspectiva ética, sino en cuanto al efecto buscado en el dardo sustantivo. Si se desea catalogar al hoy ministro, el insulto no es que no sea necesario –para qué- sino que perjudica el análisis.

Cualquier ataque siempre posee inevitablemente algún efecto perverso, alguna contraindicación. Una reacción adversa que limita su eficacia. El conducto hábil y fértil es la descripción, cuyo contenido de mayor objetividad, en un cauce más sereno y equilibrado permite, además, una mayor reflexión. Luego está el estilo de cada cual en sus pinceladas descriptivas: el realismo de Antonio López, con su minuciosidad en todos los detalles, o el impresionismo de Monet, con trazos de diverso grosor, textura y cromatismo, que dan a entender qué es lo creado sin confundirse con una fotografía.

Al margen de la opinión que hubiera podido aportar el antropólogo criminal Lombroso, relativa a los rasgos físicos y su conexión con las actitudes y comportamientos, la realidad de Puente muestra a un personaje de la vida política que no controla sus impulsos. Ni los verbales ni los de escritura. Es indudable. Y que de sus diversas y notorias carencias y necesidades ha hecho virtud. Un sueldo de ministro no es poca cosa. La política como modo de supervivencia, como salvavidas personal, no es nada nuevo, y no distingue colores ni siglas. Él es uno más.

Sin olvidar del todo a Lombroso, la actitud política (que se extiende a todos los momentos y áreas de actividad) de Puente no es diversa de la de Ábalos. Cabe achacarlo a determinados déficits cognitivos. Un modo de suplir conocimientos y de superar limitaciones de autoestima. Es más fácil encontrar sus coincidencias con un espíritu ‘koldonizado’ que con los buenos modales, que exigen cultura, educación y bonhomía.