Diario de Valladolid
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TODAVÍA HOY son muchos los nativos y los foráneos que desconocen un dato que siempre ha despertado en mí asombrosas dosis de autoestima. Resultado de tanto camino y cortafuego. Resulta que tenemos más bosques que nadie. Por lo tanto, más caperucitas, más lobos, más hongos y más duendes. Aunque nos falte la sonrisa de la ardilla. Somos una inmensa arboleda. Mosaico de verdes tapices. Arrastramos esa imagen borrosa, culpa de las gracias poéticas de los noventayochistas. El personal cree que somos tierra deforestada. Amarilla y espigada. Aunque nos entre el cereal por los puertos. Y no de montaña. Nos contaron que los pinares se talaron para construir las casas y para calentarse en aquellos inviernos gélidos y normales. Y, a pesar de los incendios, que son los verdaderos lobos del monte, seguimos liderando. Esta región es la de mayor masa forestal de España. Por ahora. Si no lo quemamos. Conviene acudir a las fuentes para comprobar que siempre preocupó a reyes y gobernantes el cuidado y aprovechamiento de los bosques. En este sentido, debemos mucho al naturalista burgalés universal, nuestro amigo Félix. La propiedad es más comunal que del señor marqués. Que también. Ahora y desde que las normativas medioambientales se instalaron en las conductas, creo que deberíamos ser una región comunitaria de especial protección en todos los sentidos, desde el timón de la Europa debilitada. La UNESCO nos aplaude de vez en cuando y la FAO nos señala con un SIPAM leonés. Pero sin euros. Y eso que somos la Amazonia sureña europea. Ahí está ese palmarés que nos desborda y llena de casas del parque, centros de interpretación y escenarios naturales. Con una simple mirada al mapa cualquiera puede comprobarlo. Hay que ponerse y extenderlo en la mesa de la cocina en plan cuéntame. Veremos cómo esas masas de árboles circundan cadenas y macizos de montañas que rodean la meseta, y son las que nos han proporcionado el rosario de perlas naturales, geo-parques, reservas, ZEPAS, parques…y mucho más. O sea, un tablero de casillas de plata y oro que nos convierten en el mosaico de mayor biodiversidad. Debemos insistir a las nuevas generaciones y reorientarlas hacia las formaciones agrarias, ambientales, biológicas, montes, forestales, etc. Hay que animarlos e informarles ante esta abrumadora lista de pinares con sus aprovechamientos forestales (silvícolas), de robledales casi ignífugos, de abedulares con sus urogallos, de hayedos con sus colorines, de encinas ramoneadas en nuestro ecosistema charro sentimental, o de las choperas de guardia en las riberas. Nunca viene mal un poco de poesía que construya ante la prosa que nos destruye, quema y vacía. El bosque es el último oasis de libertad. Cuidémoslo.    

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