Arrieros somos
Porquería a trote y moche. Si del 19 al 25 el tirano Sánchez tuvo una semanita de aúpa, en la semana de su cumpleaños, que ha ido del 26 de febrero al tres de marzo –los bisiestos cumplimos años cuando nos cuadre–, ha rizado el rizo. Sé perfectamente cómo definirlo, pero como bisiesto me lo callo. En cambio, mi vecina Carmina, que cumple con regularidad todos los años y no se anda con chiquitas, me increpó el sábado de esta facha: «oye, bisiestico, pon esto ahí de mi parte: esta ha sido la semanita en la que los ladrones han ajustado cuentas, y se han dicho a la cara que arrieros somos y que en el camino nos encontraremos».
Tal cual lo pongo aquí, pues ella es una teresiana de la zona de Medina del Campo de armas tomar y no quiero líos. Como en el fondo no soy más que un poeta en retaguardia y un profesor jubilado, soy algo más «finolis», y encajo «estos hostiones sin consagrar», que me lanza la vecina, con deportividad. Qué remedio. Pero conste que me entero. Lo único es que digo las cosas al modo bisiesto, y claro, como dicen en mi pueblo, me cuesta hablar de la edad y del dinero porque es conversación de arrieros. Y con esto me quedo tan pancho.
Pero, lógicamente, no es suficiente. La dialéctica entre ladrones y arrieros es muy sutil, aunque parezca lo contrario. Es igual que lo diga mi vecina o el porquero de Agamenón. Nadie miente como ellos y a nadie aprovecha más. Es tan universal su patraña que hasta los más tontos mienten. Y en este carajal estamos metidos desde que Sánchez accedió al poder hace años, y ya no hay vuelta de hoja. La razón es tan evidente como diabólica: cuando de entrada un alguacil, y en nombre de la ley, se hace el despistado y no quiere enterarse de la juerga que esto implica, automáticamente el mercado se puebla de ladrones. Ley natural, y tan viejo y tan evidente como los adagios que iré soltando hoy como si nada, señoras y señores.
Lo más curioso de esta historia de mangancia totalitaria es que todo el mundo hablamos de ella como absoluta normalidad y hasta con cierta o mucha gracia. Ya advertía Gracián en El criticón –siglo XVII– que «con arte y engaño se vive medio año, y con engaño y arte la otra parte. La mitad del año, con arte y engaño, y la otra parte, con engaño y arte». O sea, que en la España de la picaresca tan dorada y celebrada, los ladrones nos han cogido las sobaqueras –por no decir los perendengues– desde hace más de cuatro siglos. Dicho sin rodeos: que estamos en el país de jauja para cualquier ladrón con cierto sentido del humor, pues a veces hasta presumen de honradez y todo.
Hombre, algo ha variado. La política del relato nada tienen que ver. El relato de antaño era incisivo, novelesco, ocurrente, gracioso, y de una habilidad tan cáustica que cuando lo lees ahora mismo se te quita el dolor de muelas. El relato moderno es otra cosa. Es aburrido, de contabilidad plana y estandarizada, falto de imaginación, y sobrado de un progresismo empantanado. Todo se reduce a un ajuste de cuentas de unos políticos que con los dineros del contribuyente quieren hacer multimillonarios a cuenta del cambio climático y de los molinillos de viento.
Parapetados tras este muro verde que te quiero verde, aguantan año tras año, y elección tras elección. Sánchez sería su paradigma más perfecto que no tolera el marrón del cisma. Sólo existen disidencias cuando entre miembros de la misma banda una de las partes ha sido perjudicada y vejada en el reparto del botín. Entonces, la parte dañada se lanza a la yugular del gran cleptómano por cualquier derrama: que si las maletas de Delcy, que si las mascarillas del Covid, que si Otegi o Puigdemont. En suma, la deserción de Alí Babá en reata. Normal. Los arrieros siempre echan a los asnos por delante.
Ante la desbandada, Sánchez se muestra discreto como un estratega tocado pero contundente en su inmunidad. Para apaciguar la lanzada, está acudiendo al mismo argumento que usó en Valladolid, repetidas veces, un titiritero de medio pelo durante el espectáculo de la última Seminci: «hay que empatizar con el criminal», repetía una y otra vez aquella bestezuela enfervorizada ante un público atónito. El tirano está haciendo ahora lo mismo. Deja que Ábalos haga de víctima propiciatoria en las televisiones y en los medios de comunicación para que el público –ya con el rabillo del ojo puesto en Robin Hood– empaticemos con el ladrón inglés. Una táctica viejísima e inútil en la picaresca hispana: de pico, mata el arriero al borrico.
Esta vez la banda Koldo-Ábalos-Armengol-Torres-Marlaska-Illa & Gómez-Sánchez de la santísima impunidad y de la absolutísima imcomparecencia, lo tiene bien crudo, pues hasta los eres a su lado ya parecen una minucia ambulante. Han puesto el listón tan alto, tan alto, que la caza está al alcance de cualquier ley, de cualquier juez con un mínimo de conciencia jurídica, y hasta de cualquier empatía mística para socorrer a los timadores más pantagruélicos. Esta vez, viendo cómo los arrieros pelean a muerte entre ellos por la coima y por la soberanía del latrocinio, los mulos que votan con antiparras no quieren seguir pagando más platos rotos.
En una corrupción de tal calibre ya no sirven las empatías cruzadas ni la tinta de calamar en un océano desabrido. Tampoco la Fiscalía General del Estado, el Tribunal de Cuentas, el Tribunal Constitucional, el Congreso de los Diputados asilvestrado y lentejero, y ni siquiera la Comisión de Venecia del tócame Roque, todos tan afectos al Régimen y a la dictadura sanchista. La rebeldía es imparable. Y la razón es tan viejísima como la picaresca de nuestro Siglo de Oro: son «arrieros de una mala bestia que no les paga ni lo que cuestan».