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EXISTE UN DICHO de un comediógrafo latino según el cual no hay ningún hecho en la historia que de alguna u otra manera no se haya repetido en el pasado. Mateo Alemán publicó una obra que por su calidad y profundidad ha llegado hasta nuestros días: el Guzmán de Alfarache. Está a la altura del Lazarillo de Tormes y de El Buscón de Quevedo. Pero lo peculiar de esta entretenida y desternillante creación intelectual es la manera de actuar de su protagonista pues muchas de las personas a las que se acercó, a las que engañó y de las que se aprovechó, fueron hombres de Estado o cardenales, mujeres o familiares. Si quieren pasar un buen rato y divertirse con buena literatura, no duden en acercarse a ella. La picaresca no solo es un género literario que hizo sus delicias hace ya siglos, ni se trata de una narración de época pretéritas, sino que forma parte, tristemente, de la idiosincrasia española. Es el sino, el destino o la fatalidad que persigue a la gestión de la cosa pública de los españoles.

Cuando hace unos días los medios de comunicación dieron la noticia de que un tal Koldo García había sido detenido en una operación policial por presunta malversación de recursos públicos a través de contratos durante la pandemia, me vino inmediatamente a la memoria la figura del Guzmán de Alfarache. Esbocé una sonrisa.

¿Y como es posible que un señor sin formación alguna haya tenido la posibilidad de poder gestionar, administrar, decidir y, presuntamente, beneficiarse de una manera obscena y ostentosa, del dinero público? Son varias las razones que confluyen en este caso. La primera es que el exministro erró en la selección, si la hubo, de su personal de confianza. La segunda razón es que le dio el poder para poder hacerlo, facilitándole y colocándole en lugares estratégicos de la administración del ministerio. Y la tercera, que la Ley de Contratos del Sector Público permite mediante el denominado trámite de emergencia que se puedan contratar empresas sin que antes se haya verificado la experiencia o solvencia económica y técnica de la mercantil adjudicataria. Si queremos cambiar la cultura del management público, empecemos por escoger a personas formadas con mérito y capacidad reconocida, limitar sus competencias y modificar la Ley de Contratos del Estado para que el trámite de emergencia no sea un coladero infecto de sinvergüenzas acaparadores.