La responsabilidad de los clubs con la violencia que anida en las gradas
La muerte del joven Sergio Delgado es absurda, como lo es cualquier víctima de la sinrazón de la violencia. En este caso a manos de una alimaña detestable, que amparaba en los instintos futbolísticos y sus supuestas rivalidades provinciales, el ejercicio de una violencia cotidiana contra quien no militaba en su credo repugnante que convierte al deporte en una trinchera ideológica desde la que dar rienda suelta a su brutalidad. Un verdadero asesino en toda regla, por mucho que ahora sus abogados traten de minorar su culpa, y su condena, aludiendo a que el asunto fue fruto de una noche de copas. Entre la violencia de la alimaña y la vida de Sergio no medió disputa ni discusión alguna. Sólo el origen vallisoletano del asesinado, para quien entiende que eso es una afrenta a la ideología de un completo retrasado y enfermo de odio. Y ese tipo de personajes, con la madurez que otorgan los 23 años, no pueden convivir con el resto de la sociedad. Por eso el mejor lugar es una jaula, que es donde lo ha mandado el juez a la espera de un juicio justo que consolide la decisión.
Pero las instituciones deportivas no puede ser ajenas. Hay que sacar la violencia de los estadios, porque es una de las últimas y más eficaces formas de aislar a esta calaña. Ni una muerte más por el fútbol o cualquier rivalidad deportiva. El asesinato no se produjo en la cancha. Pero ninguno se produce. Tampoco se produjo en el contexto de un enfrentamiento entre equipos. Pero eso lo hace más preocupante, lejos de lo que piensen los timoratos dirigentes del Burgos, que han despachado el asunto poniéndose de perfil con un tibio comunicado en el que no dicen más que lo obvio. Si creen que con esto han despacho el asunto, están equivocados. Tienen la violencia en casa y les ocasionará disgustos, problemas, pero también dolor a toda la sociedad. Esto ya lo hemos vivido en otros clubs. Pero tiene que existir una determinación de los dirigente para acabar con esta lacra. Y no parecen muy determinados ni decididos los directivos del club del que ahora es dueño Marcelo Figoli, que se ha estrenado más preocupado por la deuda que el dramático asesinato de un joven, a manos de otro que anida habitualmente con su odio en las gradas del histórico club burgalés. Tal vez él esté acostumbrado a la violencia cotidiana del fútbol argentino. Aquí ya no. Aquí hemos decidido ponerle fin. Abandonen el encubrimiento y pónganse en serio con el asunto. Por la memoria de Sergio, pero también por la dignidad de una ciudad como Burgos, que está pidiendo a gritos contundencia. Escuchen a su ciudad, porque es la voz serena, sensata, pero también firme de toda la sociedad en lucha contra las alimañas.