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Javier Pérez Andrés

Julianes: héroes y porteros

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MÁS QUE un vecino. Un hermano mayor. Lo sabe todo en la comunidad. Desde el rellano a la puerta. De piso en piso. Su nombre es de los primeros que aprenden los chiguitos. Tiene la llave de cada casa. Es de la familia. Vigilante de día y sereno de noche. Y su timbre, en su puerta siempre de guardia. Un héroe cuando nos rescata del ascensor. Un salvador. Es el que guía a la policía y los enfermeros de la ambulancia cuando ocurren desgracias. Cada vez más frecuentes. Es el bastón de los más mayores y la mano de compañía a cada puerta. Es el depositario de la carta que alguien dejó para ti. El primer hombro ante la pena cuando se nos mueren en la cama y en casa. Regula nuestra temperatura. Sabe cómo desenvolverse cuando la bajante revienta, nos cortan el agua y la luz. Siempre avisa con tiempo. Y el día del incendio -siempre hay uno-, el mejor aliado de los bomberos y el que inicia la operación rescate en pijama. No es el conserje que duerme fuera. Es el portero que sí vive en la casa. Estos días, este perfil profesional, casi de agente social, se ha agigantado ante la actuación responsable y valiente de un portero valenciano de nombre Julián. Los que vivimos en edificios de muchos pisos en la ciudad andamos estos días algo sugestionados ante el trágico suceso del incendio de Valencia. Infierno en llamas. Se nos encogió el corazón de hormigón. El saldo pudo haber sido más doloroso. Unas secuencias de tal violencia que difícilmente olvidaremos. Unas horas en las que compartimos dolor e impotencia ante tan cruel desalojo. Y, por uno momento, analizamos qué pasaría si perdiésemos todo… recuerdos, enseres, trozos de intimidad, de historia familiar, para siempre. Perderlo todo. La vida. Un borrón negro y maldito en nuestro diario. Nunca más tendremos en nuestras manos el objeto, el libro dedicado, la foto con marco. Se esfumó para siempre aquello que nadie sabía de su existencia. Se quemó con su escondite. Todo esto no es nuevo. No. Es, desgraciadamente, habitual. Solo cambian el demonio y sus formas, envuelto en llamas, silbando huracanes, rompeolas de maremoto, riada desbocada o algún fenómeno sísmico o bélico, entre otras causas antinaturales. Por lo tanto, es un sucedido que tiene tristemente algunas probabilidades de tocarte a lo largo de la vida. Tengo la suerte de convivir con vecinos de muchos años y en un edificio de diez pisos con muchas puertas y en el centro de la ciudad. Y la fortuna de contar con ese héroe anónimo que te da los buenos días y las buenas nuevas y que hace saltar las alarmas si ve venir el peligro. Mis vecinos y yo somos unos privilegiados por tener en casa un ángel de la guarda. El mío se llama Juan Antonio y, junto a Henar, nos hacen más fácil y segura la vida en la ciudad.