Naturaleza ecuánime
EN ESTOS TIEMPOS de polarizaciones indómitas el auxilio de la naturaleza ha de tomarse como un calmante emocional de primer orden. Eso sí, la contemplación del entorno también requiere desasirse de prejuicios, entre ellos el del mascotismo como humanismo blandengue y urbanita. Un sano e intenso despliegue emocional en un entorno de bravos cursos fluviales, macizos montañosos y exuberante vegetación supone -al menos debería, creo yo- la constatación de la máxima condición de neutralidad ideológica de la naturaleza en su estado primigenio y salvaje. Ecuanimidad natural.
Lejos de las ideas panfletarias que usurpan lo que deberían ser catálogos racionales y razonables de las líneas de acción de los partidos políticos, que deberían dar contenido a sus programas, el despliegue espontáneo de la naturaleza, siempre desbordante e impactante, carece de intenciones manipuladoras y, lo que si cabe es aun más importante, no pretende convertir al ser humano en un mero instrumento para convertir a unos pocos en impostados directores de orquesta a costa de obligar a todos los demás músicos a ser mediocres intérpretes de confusas y desafinadas melodías propias de vidas insulsas y sumisas.
Así que, pese a la vorágine de noticias de materia netamente política que sobrevuelan nuestras cabezas, y entre las que podríamos destacar por su valor desenmascarante el de la ideología giratoria del exministro Garzón, que fue llamado a engrosar las filas lobbystas del también exministro Pepiño Blanco, en su secta empresarial Acento, donde entre otros asuntillos se defienden los intereses de las casas de apuestas. A Garzón, sus excolegas comunistas le han afeado la conducta, por incoherente, a lo que el exlíder de IU ha contestado tildándolos de «izquierda inquisitorial». Son esas verdades sobre el comunismo que se confiesan cuando se abandona el chiringuito.
El caso es que, como decía, la naturaleza impone, sin coacción alguna, su bella majestuosidad. Una ruta por el Pirineo aragonés, que por ser ajeno a los extremos es el más auténtico y salvaje, supone una cura de humildad y un ejercicio espiritual de primer orden. Si tienen ocasión, no dejen de hacer el camino hasta los Llanos de Lalarri o el Ibón de Plan. No es publicidad. Es la realidad y el orgullo de mi sangre oscense.