No renuncien, labradores
Ni un milímetro. Algunos pretenden, incluso desde los medios más críticos con el Gobierno –lo he oído por la radio y visto por televisión–, que la tractorada de los labradores se reconduzca. O sea, que protesten, eso sí, pero que lo hagan light con un café con leche: que se carguen de razón sin el uso de la fuerza. Es decir, que lo hagan como quiere el tirano Sánchez: que se manifiesten en las carreteras de segunda, y si fuere posible en los caminos de concentración parcelaria. Si dado el caso lo hacen en las autopistas, en los accesos a las ciudades, en las avenidas, y en calles de esas ciudades, que por favor, okupen los arcenes, que vayan religiosamente en fila india, porque las ciudades y los ciudadanos no tienen nada que ver ni con el campo ni con las reivindicaciones del sector agrario.
En el fondo pretenden que nos creamos a estos políticos frankensteinianos, y a los funcionarios urbanitas de España y de Europa con sus políticas del cuento chino verde y de la agenda 2030. Así, como si las cerezas no vinieran del guindo, como si las uvas no colgaran de la parra, como si los lobos no se comieran a las ovejas, y como si la leche se cultivara directamente en tetrabrik y no procediera de las vacas.
Con esta política de señoritos, que ya van en coches automáticos, todo el campo está en pérdidas, en cierre técnico, y en vísperas de una hambruna general que, si no se protesta y se devuelve al campo lo que pertenece al campo, lo pagaremos muy caro –y antes que los labradores arruinados y perseguidos por los leyes infames– los habitantes de las ciudades. No renuncien, señores labradores, a sus justas reivindicaciones ni se muevan ni un milímetro de una exigencia de la que depende el pan nuestro de cada día.