Terrorismo light hasta en la sopa
Acabemos de una vez. Por fin hemos aterrizado. Sánchez ha dado a la manivela de la tecnomentira. Así llamo al nuevo tocomocho que se ha instalado en la Moncloa con el permiso de Puigdemont: ese delincuente, golpista, independentista, ladrón y terrorista, que quiso subvertir el orden constitucional en España, y que ahora redacta la ley de amnistía. Con este manguta en la picota bailamos los españoles más de seis años: cubilite por aquí, cubilite por allá, ¿dónde estará el pajarito escondido? ¡Ah!.
Oiga, que llevamos una semanita entera colgados de esta entelequia que nos okupa y nos desokupa: el tirano Sánchez, para salvar a su compinche y salvarse él mismo de lo insalvable –que comulguemos con ruedas de molino y nos dejemos de jodiendas–, se ha inventado la existencia de un terrorismo light, que es el cuento de Aladino y de su lámpara maravillosa con resultados inmediatos. Está tan emperrado en que veamos ganancia, paz, paraíso y riqueza allí donde sólo hay ratones que bailan la ruina de España y el advenimiento de la dictadura, que ya tenemos instalado el terrorismo light hasta en la sopa de fideos.
Mañana martes nos darán en el Congreso la carta completa de los platos combinados. Está todo perfectamente calculado. No sólo no habrá sorpresa alguna, sino que además ni se la espera. Hasta los diputados del señor García-Page –que son a Sánchez lo que un hermano en apuros: como sea te salvaré en el último segundo– dirán sí a la amnistía de Puchy de la manera más rotunda: apoyando el terrorismo light de Sánchez que cura todas las heridas entre los cuñados, primos, medio hermanos, y arrimados.
Así que la amnistía –ese caballo de Troya que pretende reescribir la historia de España con traidores y terroristas perfumados con el agua de rosas de Alejandría– pasará al Senado con la misma bruticie del herrero de Mazariegos que de tanto darle al yunque se le olvidó el oficio. Y es que el Senado no es más que una herrería de paso –como lo es el pueblo de Mazariegos en la ruta palentina– en la que, como mucho, se ponen algunos clavos, remaches, alguna herradura, y pare usted de contar que me entran ladillas.
Que el Senado es una parada de paso –de esas de un cuarto de hora que decía Santa Teresa como metáfora de la vida y del cansancio–, lo tenemos visto y comprobado todos los españoles. Aquí sólo tienen cabida los asuntillos que, previamente, se han masticado en el Congreso, y que se envían a la Cámara Alta en un táper o en un pin de dos euros comprado en el chino de la esquina. Esos mismos negocios o leyes de trámite, milagrosamente o con un retoque de esos que llaman en alta costura apaños de patrones, se devuelven al Congreso con la misma letra y con el mismo espíritu que la zorra diezma el gallinero.
A este taller de chapa ya llegará niquelada la ley de amnistía que contemplará todos los casos de terrorismo light, o duro, que a Sánchez y a Puigdemont se les ocurra amnistiar: el terrorismo de baja intensidad; el chulísimo y guay del paraguay en bolitas de pellets; el accidental en comisión de servicios de la kale borroka; el etarra de siete días, de siete años, y el de setenta veces siete; el terrorismo independentista catalán; el institucional; y en definitiva el sanchuno que participa de todos los anteriores pero añadiendo un plus explosivo: que reviente la Constitución y el régimen de libertades del 78.
Y meto lo light y lo duro en el mismo plato, porque ya no habrá distinción alguna. El terrorismo, como tal concepto, ya no tendrá cabida en la legislación española tras la aprobación de la amnistía. ¿Incluso lo que entiende la ONU por terrorismo que incluye a todos los «actos delictivos concebidos o planeados para provocar un estado de terror en la población en general, en un grupo de personas o en determinadas personas que son injustificables en todas las circunstancias»? Inclusive estos, y precisamente estos.
¿Y también incluye a esa clase de terrorismo que señala la Unión Europea como línea roja que no pueden traspasar sus estados miembros como sería «intimidar seriamente a una población; obligar indebidamente a un gobierno u organización internacional a realizar o abstenerse de realizar cualquier acto; desestabilizar gravemente o destruir las estructuras políticas, constitucionales, económicas o sociales fundamentales de un país o una organización internacional»? Pues inclusive esto, y precisamente esto.
Nada más lógico. La existencia de la ONU ha dejado ser garantía de nada. En todos sus años de existencia –hace exactamente 79 años– sus miembros han sido incapaces de definir, imponer y erradicar lo que entienden sus asambleas generales por terrorismo. ¿Y eso? Porque es una institución trufada de estados terroristas como Venezuela, Cuba, Rusia, China, Coreo del Norte o Irán. La prueba acaba de destaparse en estos estos días: funcionarios de la ONU son íntimos colaboradores del terrorismo de Hamas. Conclusión, que su incapacidad es tan light y contumaz que el terrorismo es ya una estratagema de alta seguridad.
Como un clon de la ONU, actúa la UE. Con menos años –el Tratado de Maastricht entró en vigor el 1 de noviembre de 1993, o sea, hace 31 años– la incapacidad es más acuciante e insoportable. El terrorismo goza de buena salud, pues se aplica según y cómo sople el viento del Este. Todo esto se lo sabe Sánchez de memoria y, por lo tanto, la amnistía, el terrorismo light o a mogollón lo sirve hasta en la sopa. Los españoles estamos solos y ante dos opciones: o tragamos o nos plantamos. Lo demás, como decía Robespierre, son componendas de un tirano, pues un demócrata «nace para combatir el crimen, y no para gobernarlo» como el totalitario Sánchez.