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PATÉTICO. Tras el bochornoso espectáculo del miércoles pasado en el Senado, la fragilidad de la democracia española no resiste un papel de fumar. Ya todo se reduce a esta parada bolivariana de Sánchez: «Firmes, ¡¡¡ar!!!». Una consigna que lanzan al unísono dos instrumentistas. El uno es un simple delincuente: Puigdemont. Mediocre concertista que, desde Waterloo, abre el primer compás de este doble concierto con su flauta contralto afinada en sol mayor con esta letra a piñón fijo: «Firmes».

El otro es un simple dictador que todo lo vende: Pedro Sánchez. Es el gran animador en este concierto con todos los instrumentos de percusión. ¿Su especialidad? Los platillos. Lógico. En la orquesta filarmónica de la Moncloa Palace es capital: todo lo que escuchamos es sonido estruendoso cuya fortaleza reside en el choque del bronce, en la disonancia de las ideas, y en el chupinazo de la perrería más bullanguera. Nadie como él perfora los dídimos «firmes» de Puchy, haciéndolos rotundos y creíbles con esta rúbrica de ejecución al amanecer: «¡¡¡Ar!!!». La ópera al completo. Lo demás son transacciones, arreglos.

¿Quién de los dos dirige este concierto de tiranía al bies que deja a la democracia española en pelotas, y a los españoles abriendo la boca como si vieran por primera vez el Papamoscas de la catedral de Burgos? No le dé vueltas: Dios los cría, y ellos se juntan. Por mi parte no quisiera quitar el mérito a ninguno de los dos. Yo diría que es un dúo que toca el mismo abordaje, la misma teoría de la relatividad política, demoledora, sectaria y antidemocrática.

Pero con sus matices, claro está. El delincuente de Waterloo no es más que un grano hinchado, un bizcocho trufado de independentismo, un racista visceral que exige competencias de inmigración, un recaudador de impuestos que piensa que el dinero público le pertenece en exclusiva por asalto. Sigue, por tanto, el viejísimo patrón orquestal que trazó hace siglos Nerón en una de sus vomitonas que dejó al público romano turulato y sin creerse lo que oía: «cuando haya bebido lo suficiente, daré notas deliciosas». No jodas, César.

El tirano Sánchez es muy distinto a Puigdemont, claro. En su borrachera de poder narcisista y de globalidad genérica hasta para dar patadas en el culo a discreción y sin mirar a quién –psicopatía sin cura–, considera al delincuente de Waterloo un aprendiz, un hambriento de esos que no se sacia ni con «el rayo de miel» que decía Salomón en los Proverbios. Sánchez es el capo de la miel, genera los torzones digestivos, reparte los rabos de pasas para que la memoria de los españoles sea la letrina donde descargan sus inútiles y pretenciosos olvidos.

Sánchez, en suma, es el gran director de orquesta que con su batuta da a Puigdemont la entrada triunfal del «firmes». Un intro que él siempre modula y que rubrica con el finale de un «¡¡¡ar!!!» tan artístico, deportivo, y propio, que produce escalofríos. Oh milagro de la música bien compuesta. Con él la orquesta ya va sola, que no a su aire, e interpreta cualquier aria operística sin necesidad de mirar al director. Tiranía ciega, acatamiento unánime, unidad sonora e instrumental.

¿Y cómo encaja la ciudadanía española este concierto de Año Nuevo que levanta la veda de las libertades públicas dejándolas en suspense? Gran enigma. Acabamos de llegar de vacaciones y estamos tan aturdidos que no distinguimos la diferencia que hay entre el rey de bastos y el as del mismo palo. Seguimos aún con el dulce remusguillo de las uvas y colgados de propuestas más audaces y progresivas: que Sánchez, Puigdemont y Yenni Hermoso nos den las próximas campanadas de fin de Año. Un trío acojonante para un psiquiátrico a tope. Somos el país perfecto para que Sánchez sea Presidente vitalicio hasta la náusea.

Así que el desconcierto y la estupefacción se han apoderado del tendido. El desconcierto llegó con los datos objetivos del informe Pisa antes de irnos de vacaciones: nuestros estudiantes ya no entienden los conceptos, no asimilan la historia, no son aptos para pensar con un raciocinio crítico. Ya no saben, por tanto, qué es un tirano –mi libertad sobre todas las demás–, qué una sociedad democrática –un conjunto de derechos y deberes–, qué un trabajo digno, y qué una libertad en ejercicio. Son carne de cañón para políticos sin escrúpulos que dirigen la orquesta filarmónica de la Moncloa Palace.

Digo estupefacción porque los mayorcitos vivimos en Marte, y creemos que la política se reduce a ganar votaciones en un Congreso secuestrado. No nos creemos que ya estemos en tiranía, y que esto nos suceda a nosotros tan ricos, tan listos, tan buenos, tan pacifistas, tan progres. Consecuencia, que no importa demasiado que Sánchez nos engañe a diario si su mentira funciona como la gran verdad con la que envolvía la cortesana Celestina todo el puterío de su época: «quien la miel trata, siempre se le pega algo de ella».

Vamos, que nos gusta la melaza. Y para demostrarlo, por ahí andan dos gallegos, remangadiños hasta las trancas, tocando el trompón de boquilla en la filarmónica de Sánchez. Vemos a Yolanda Díaz recogiendo con un colador de cocina las bolitas de pellets por las playas de Galicia. Y nos asombra Feijóo haciendo frente al rey de bastos con esta arenga conformista, que a los muchachos de Mayo del 68 nos hace cosquillas y nos revuelve las tripas: «Si sé que la política es esto, no me hubiese dedicado a ella». Nunca es tarde. Da un paso atrás, y deja que tu colega Ayuso, que es un tigre de Bengala, tome las riendas de una oposición maltrecha. Patética resistencia que fortalece a la tiranía y nos deja a merced de su razón dictatorial: «Firmes, ¡¡¡ar!!!»