Humanidad y energía: un viaje de milenios
PARA UN CIUDADANO romano de Astorga, el viaje de mes y medio hasta Roma por la majestuosa vía XXVI era un mundo donde la energía se manifestaba en madera, vid, cereales, aceite de oliva y carne. En esa época, la energía era tangible, como el tocón que se partía o la oliva que se prensaba, y el hombre vivía íntimamente entrelazado con la naturaleza. Imaginar formas de energía más avanzadas era entonces inalcanzable.
En aquellos días, para admirar un cielo estrellado no era necesario aventurarse a las sierras de Soria, esos lugares que mi pucelano padre describe como los últimos refugios donde el espíritu aún puede respirar.
El paso del nomadismo al sedentarismo agrario fue un cambio radical para extraer más energía de un mismo lugar, evitando los riesgos inherentes a la vida de cazadores recolectores, pero ello requería tierras, sol y agua. Los fangales neblinosos y malsanos del norte de Europa permanecieron inexplorados por siglos, simplemente porque no ofrecían nada que valiera la pena conquistar.
La historia de la civilización es, en esencia, la historia de la energía. Hasta hace no mucho, esta era sinónimo de sol, viento y agua. Por ello, las regiones sin sol carecían de calzadas romanas y foros, pero también de vino y aceite.
Desde la Edad Media hasta el Renacimiento, Europa experimentó una serie de revoluciones políticas, una efervescencia de tendencias artísticas y una notable expansión comercial a nivel global. A pesar de estos cambios, los principios fundamentales relacionados con la energía se mantuvieron inalterados.
Esta constancia explica por qué la calidad y esperanza de vida de un ciudadano romano en la época del emperador hispano Adriano no difería mucho de la de otro en tiempos de Felipe II. La accesibilidad de la energía es un pilar clave para el bienestar, el comercio y la disponibilidad de alimentos. Cuando la energía es costosa, la vida se complica y el progreso se convierte en una meta lejana.
Sin embargo, el fluir del tiempo siempre trae consigo cambios y sorpresas. Con el carbón, llegó una nueva era. Oscuro y potente, este recurso transformó a los pantanos en centros de la revolución industrial, llenos de fábricas y ferrocarriles. El carbón, junto con el hierro, reemplazó a la madera, el aceite de oliva y la carne, marcando un periodo de avances significativos, pero también de desequilibrios, donde la naturaleza fue dominada y la guerra industrializada. La mística dejó de ser algo intuitivo.
Pero las moiras, que se ríen de nuestras seguridades, volvieron a demostrar que les gusta establecer nuevas reglas. La historia, juguetona, nos sorprendió nuevamente con el petróleo. Desiertos que durante milenios habían sido el hogar de nómadas, ignorados desde tiempos faraónicos, se convirtieron de pronto en epicentros de poder mundial, intercambiando energía por grano, aceite de oliva, maquinaria y apartamentos en hermosas ciudades.
El último gran cambio llegó hace veinte años, beneficiando, por primera vez en siglos, a los pueblos del sur de Europa, especialmente a las zonas más despobladas. Es un mundo que, quizás, habría agradado a Séneca, ofreciendo una oportunidad de armonizar al hombre con la naturaleza de nuevo, pero sin perder calidad de vida.
El sol y el viento nos señalan el camino hacia un futuro más sostenible, hablando de un retorno a los principios esenciales, donde la energía no se extrae violentamente, sino que se acepta de la naturaleza.
En este contexto cambiante, las zonas rurales, antes marginadas, emergen como actores cruciales en esta nueva era. La energía renovable, más que una cuestión tecnológica, simboliza un retorno a un equilibrio más profundo. Tenemos una nueva oportunidad, la primera en mucho tiempo.
La energía eólica, solar e hidráulica nos están marcando el camino hacia la autosuficiencia y la sostenibilidad. En este nuevo panorama, las redes eléctricas emergen como las modernas calzadas romanas, facilitando la distribución de energía a nivel global, las exportaciones y un nuevo equilibrio. Aprovechar esta oportunidad requerirá de una visión amplia y de una racionalidad similar a la que mostraron los romanos al construir su emblemática vía XXVI.