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FÁCIL TIRAR de la memoria archivada. Perdura escondida en el ordenador, cerca, muda y oxidada en silencio, la vieja máquina de escribir a martillazos. Lo mejor del hierro era al escribir algo emocionante. Aporreabas sin piedad las teclas. Y eso es lo que me ocurrió la otra noche, de madrugada, cuando trascribía la noticia de uno de los nuestros. César Pérez Gellida gana el Nadal 2024. Jugada del Destino que el escritor negro ganó por la mano blanca. Ahí estaba sin corbata y con camiseta el triunfador de la noche en el hotelazo catalán. Y como una ouija enloquecida las letras saltaron solas del teclado: P u t o c r a c k. Recuerdo cuando me topé con César por primera vez. Andaba en líos con los maderos y tenía amigos chungos con los que frecuentaba garitos nocturnos. Me advirtieron que vivía de matar a placer y que era diestro con la navaja y siniestro con la pluma. Vamos, que era un francotirador certero que daba en la diana siempre dejando al lector envuelto en sexo, vino y cadáveres. Con final negro, como el café y el infierno. En la primera entrevista, tras preguntarle sobre su próxima novela, con su risa estridente me dijo: “si te lo adelanto tendría que matarte”. Con un par. Me apresuré a asegurarle que había leído todas sus novelas… y fue entonces cuando el musculoso calvo me la devolvió: “Dime tú, ¿qué es lo que más te ha gustado de mi última novela o de la primera?” Guau. Había caído en la trampa de los cobardes. “Vale”, admití acojonado, “prometo hacerlo algún día”. Ahí sigo. Fue en pandemia, a la puerta del Nacional de Escultura Policromada en su ciudad y en la mía, que es Valladolid, urbe que despliega su callejero en cada página. Lugares y cosas se cuelan en el texto de sus novelas. Negras. Y es que, aunque viajó en sus páginas, siguió la linde pucelana hasta el Nadal que le llevó a Zafra, la de mis primeras ferias de ganado. Fue como entrevistar a un gladiador sin rasguños recién salido de la arena. Que filtraba latinajos en sus primeros títulos. Desde aquel martes 21 de febrero de 2021 le seguí la pista. Primero, con mascarilla y después, a pecho descubierto. En Blacklladolid conocí a sus amigos y amigas en el castillo de los Vivero. Luego vino la serie que llenó de focos y planos mi ciudad. Me apresuraré a leer el thriller extremeño y luego me cobraré de los treinta mil euracos del premio un DYC segoviano sin hielo en su guarida de ladrones, detectives, maderos y mujeres buenas que sigue abierta en las noches negras a la hora Zero. Si encadenas sus títulos te sale una historia. Consumatum est, triunfó la Khimera, la sarna con gusto no picó, los grandes males son lo peor y lo mejor y el suertudo enano salió por la puerta grande bajo la tierra seca de la dehesa de la Extremadura caciquil allá por el 17. Gellidista hasta la muerte, primo.