Casero, Dios castiga sin palo
YA LO DICE el refrán: A todo pistolero le llega su San Martín. Y Casero, Alberto, el que comandó, allá por el verano de 2019, aquella partida de genoveses, tres genoveses, tres, para tirotear por la espalda al inocente presidente de la Diputación en ciernes, Jesús Julio Carnero, le ha llegado el suyo. Admitió lo que muchos sospechábamos, que es un delincuente de tomo y lomo. Casero, para quienes no lo recuerden, además del mamarracho que le pegó al botón equivocado, eran dos botones, y permitió aprobar la reforma laboral, que será lo único decente que ha cometido en su vida, era el navajero personal de Teo García Egea, uno de los famosos Pinzones y álter ego del puro ego de Génova. Por estos lares vino Casero, tras mapearle el territorio sus acólitos y lacayos, ensoberbecidos ante la posibilidad de derrocar con las acometidas orgánicas con quien no habían podido en las urnas. Por aquí vino el célebre Antonio Pablo. García Terol, uno de esos chulos inverosímiles de ciudad que con generosidad brinda Madrid. Y otro valenciano cuyo nombre no recuerda ni Teo. Tres pistoleros, tres. Todos cayeron en desgracia cuando Casado decidió suicidarse contra Ayuso y acabó víctima de sus propios entramados orgánicos. Dios castiga sin palo. Tres desgraciados, tres. Los palmeros de entonces no asoman el pescuezo, ahora. No los conocen de nada. El caso es que les suenan, pero no saben de qué. Así opera la mezquindad en política. Casero ha tenido que confesar su vocación de delincuente para sortear los barrotes y ahora anda en Trujillo, su pueblo en el que malversó y prevaricó, a decir de él mismo. Teo anda por la pérfida Albión, donde no lo conoce ni el Tato. Antonio Pablo, cartagenero el gachó, se estrelló contra las urnas de Alcorcón. Y el levantino, a la luna de Valencia . Dios castiga sin palo. Pero a Casero la Justicia no divina le ha endosado un estacazo de casi dos años y 70.000 en billetes. ¡Vaya calaña!