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Javier Pérez Andrés

Español por decisión propia

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Estos días tengo la sensación de que se derriban algunas columnas que sujetan el frontón de los sentimientos más íntimos. De las ideas forjadas a golpe de metamorfosis. Una pesadilla de la que no logro despertar. Estoy perdido. Camino por primera vez en mi vida como un zombi, ni deprisa ni despacio, sin mirar a las dos orillas ni esperar tesoros en el horizonte. Es como si, de un tiempo a este parte, alguien me hubiese cambiado las flechas, las señales, los letreros. Mi rosa de los vientos se ha vuelto loca, sin brújula. Mi pesadilla reincidente. No sé por dónde tirar. Es como un encuentro no buscado en una cuarta fase que me asusta. Jamás me perdí por los senderos y casi siempre sabía lo que me esperaba detrás de cada curva. He tenido el inmenso privilegio de cosechar abrazos y hacer amigos y he intentado siempre conservarlos. Es el mejor regalo, el verdadero premio por ser un buen estudiante de mi asignatura más querida: la geografía. Esa geografía impregnada de ciencia social, en la que he escrutado los viejos pergaminos del físico y el político, aquellos mapas enormes siempre sin desplegar del todo que parecían reírse de uno cuando se retorcían y redoblaban una y otra vez hasta que conseguías domarlo sobre el capó del coche. La lección diaria que me enseñaba paisajes, territorios, lugares y pueblos. Pero fue la otra cara de la geografía, la humana, la que relaciona a los habitantes con su cultura, con su medio. De este caldero he bebido mi poción hasta hartarme y he saciado en cada sorbo la curiosidad de periodista, y he llenado la mochila de recuerdos de hombres y mujeres ejemplares. Y qué decir de ese ungüento sobre mi piel a la intemperie tantas veces impregnada de mi bálsamo de Fierabrás. Soy, posiblemente, una mezcla de todo ello. Aunque siempre tengo la sensación de que nunca acabo del todo la jugada y que, aunque ponga todo el interés, el tiempo traiciona a los nuevos amigos y amigas y me aleja de esos paraísos que son mi combustible. Pero, a pesar de todo, siempre están en mi hoja del calendario, en mi enmarañada agenda personal, en mi mente y en mi buena intención. Y, como nunca se sabe, temiendo que se adueñe de mí la bipolaridad, tan de moda, o que el cerebro se me trastorne y licue por la edad, quiero testar: me siento español y lo soy por decisión propia y con todos los colores; siempre con la Constitución y con nuestro Estatuto de Castilla y León, arcano cultural inagotable, y seguiré fiel al Canto de Esperanza en la campa de Villalar. Y estoy hasta los huevos de quienes destruyen la poca poesía que nos queda y han logrado que entre la disputa en la casa de la concordia. No a esta amnistía, que es una bomba de racimo. Sánchez, en menudo lío nos has metido. Que Dios reparta suerte. La vamos a necesitar. Regreso a mis viejos mapas.