Diario de Valladolid

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Durante estas últimas convulsas semanas (las que vienen me temo que lo serán más) los periódicos, los noticiarios, los tabloides, las redes sociales, las barras de bar y las máquinas de café están inundados de opiniones taxativas, que sobrevuelan nuestras cabezas como drones, sobre todo lo que acontece. En cuanto pones un pie en la calle parece que te encuentras en medio de un fuego cruzado de opiniones. Es imposible, literalmente, esquivar todas las balas que en forma de opinión sobre cualquier tema pasan a tu lado silbando, porque todos disparamos nuestras opiniones, aunque no tengamos ni idea sobre el asunto en cuestión al que nos estamos refiriendo, sin temor a quien podamos dar con nuestra bala en forma de opinión. No podemos estar callados porque, al contrario de lo que afirmaba el gran Groucho, estar callado, mutarse a uno mismo, nos puede hacer pasar por tontos o por personas que no estamos en la onda y eso a nadie le gusta. En la era de la desinformación hay que estar bien desinformado y opinar. 

Opinar, opinar, opinar. Esa es la cuestión. Esa es la máxima. Opinar absolutamente sobre todo con más o menos conocimiento o sin ningún criterio, eso nos da lo mismo, lo importante es opinar. Opiniones exprés que nos hagan parecer que somos personas cultivadas y eruditas que tenemos opinión y discernimiento sobre cualquier asunto y que se nos puede llevar a cualquier sitio porque en cualquier lugar podemos dar rienda suelta a nuestras determinantes opiniones. 

No importa que el tema en cuestión del día requiera de conocimientos en historia o en geografía o en política internacional. Nosotros opinamos sin ningún tipo de pudor. No importa que el asunto en cuestión requiera de una vista en perspectiva o que tenga diferentes aristas desde donde poder observar el hecho producido o que, para entenderlo en profundidad, requiera de una explicación multidisciplinar o que se trate de algo sobre lo que no se pueda dar una opinión versada en tan solo treinta segundos. No importa, nosotros opinamos porque hay que opinar sobre cualquier asunto para que no parezcamos unos legos o unos desinformados. 

Las opiniones exprés han relegado a la duda y han matado al silencio, porque el silencio, cuando se trata de no meter la pata no es lo mismo que otorgar. Se le atribuye a Francis Bacon, padre el empirismo filosófico, esa frase que dice que: «El hombre que empieza con dudas acaba con certezas, pero el hombre que empieza con certezas acabara con dudas». La duda está pasando por una mala época porque exteriorizar dudas sobre cualquier ‘verdad¡ que leemos en X o en cualquier otro medio afín nos puede hacer parecer que no estamos del todo seguros de nuestras convicciones y eso no queda bien en nuestro currículo. 

Además, opinar es fácil, porque estamos en nuestro derecho y es barato porque nadie te va a multar por emitir una opinión sobre un asunto del que no tienes ni idea. En este contexto, ¿quién se resiste a opinar? Opinemos con desparpajo y libertad y dejémonos de excentricidades como la duda porque quien duda no le da tiempo a opinar en una época, la actual, en la que reinan las opiniones exprés, da igual que sean frívolas como versadas. ¿Quién distingue ya?  

Fran Sardón es presidente de Impulsa Igualdad

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