Diario de Valladolid

Javier Pérez Andrés

La hora de los románticos

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QUE LA luna brilla y que hay una orilla en la que se respira mejor es sabido. Y, si me apuran, hasta recitado. ¿No es cierto, ángel de amor? Aunque no lleguemos más allá de las campesinas flores. Esto pasa porque se recita poco. En casa y en la escuela. Y es que don José Zorrilla, el del Tenorio, es mucho más que una casa museo y una estatua, es un teatro. Es el teatro en Valladolid. Son minoría silenciosa los que compran entrada al teatro de barrio y de calle. Y van a la función en ferias.

Valladolid es teatro, aunque no aparezca en los titulares floridos de la ciudad y en su proyección turística. El otoño aquí es mucho otoño. Estos días Juan Tenorio e Inés de Ulloa se asoman tímidamente a nuestra ventana y nos observan desde detrás del visillo. Quieren estar seguros del todo de que se fue la troupe del celuloide. Que ya pueden salir a escena. Que les toca a ellos. Ya calientan los tramoyistas. Es la hora de los románticos. Los del teatro, los cómicos, los actores de texto piden paso. Ya se van los del cine que han abarrotado salas y patios de butacas. Ahora los asientos cambian de culo.

Y el espectador que sabe vivir ese otro Valladolid culto entra en otra dimensión. Se enrollaron las alfombras verdes de la 68. Cayó el telón de la Seminci, la fiesta grande del cine en Valladolid. Los operadores de cámara descansan del avispero y se apaga el resplandor de las estrellas. Laura se llevó la Espiga de Oro y su cinta ‘La imatge permanent’ ya es más peli de culto. ‘La quimera’ de Alice se llevó la plata. La alfombra volverá a extenderse para las espigas del 69. Entre tapas, trucos y tratos vuelve en otoño el teatro por derecho a Valladolid. Nunca se fue. Y el Tenorio sale a escena en su teatro. Un lujo que casi no nos merecemos por despegaos. Vuelve de la mano de Enrique Cornejo y de los amigos del teatro, que son la antorcha que nos ilumina gracias a Pedro Ojeda y los suyos.

Una encuesta de calle sobre el teatro y El Tenorio al común nos enrojaría la cara. Un drama. Nos helaría el alma. En esta ciudad, la víspera de Todos los Santos tenía que ser doble fiesta local. El Tenorio debería representarse en cada pueblo, en cada barrio, en cada colegio. Chiguitos y mayores tendríamos que ser capaces de sabernos de memoria el texto.

Ay, ay… Cuánto daría por tener para el teatro el mismo cartel que el cine en Valladolid. Su ciudad. Servidor volverá a ver al fantasma, a visitar al poeta en el cementerio, saldrá a por setas, si no hiela, y tendrá que pasar el trago de llevar de la mano a su nieto vestido de halloween, eso sí, recitando juntos partes del acto primero del Tenorio, yo haré de Buttarelli, el de la hostería del Laurel. Él, de Don Juan, para que vaya cogiendo tablas. Será un romántico, como su abuelo.

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