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Ante ciertos hechos consumados se le va a uno la humanidad por el albañal. De repente, un partido, o una partida de terroristas como Hamás, deciden bombardear a Israel con más de 5000 misiles, secuestran a cuantos ciudadanos inocentes caben en sus camiones de la muerte, asesinan a más de un millar de personas que estaban en sus casas, que escuchaban un concierto, o que se dirigían a sus trabajos, y matan o decapitan o queman a más de 40 bebés que en su cunita demostraban el milagro de la vida. Qué bestialidad.

Tras destruir vidas y haciendas, estos criminales mantenidos durante años con el impuesto revolucionario y teocrático, regresaron a sus cuarteles del horror con la moral de los depredadores: exigiendo el repugnante chantaje de secuestrados por criminales de guerra, y dando por hecho que sus razzias a sangre y fuego no tendrían más consecuencias que las habituales del toma y daca de los asesinos. Saben estos oficiales de la muerte que las democracias tienen un formidable talón de Aquiles: el miedo, o un respeto morboso, hacia los terroristas que hacen de los derechos humanos y de las libertades ciudadanas un desfile de gigantes y cabezudos.

O sea, que volvemos a estar en manos de estos señores de la guerra, que hacen almoneda del humanismo y de las leyes internacionales con la brutalidad del alfanje medieval de cortar cabezas, gaseando a millones de judíos como Hitler, o liquidando a gentes de toda condición como Stalin. Se ríen a mandíbula batiente de la doctrina que rige las normas de la guerra y que, según escribía Maquiavelo, es un arte delicado y aristocrático que requiere un «estudio constante» y, sobre todo, la «ocupación del príncipe» en su totalidad. Qué hipocresía. Su dedicación tiene una finalidad: que luego la historia hable del Grande, del Magnífico, del Católico, del Comendador de los creyentes, o del azote de Dios. Nada más

Enredados hasta ahora en estas triquiñuelas históricas, se han mantenido los líderes europeos, haciendo la vista gorda de lo que es una legítima defensa, qué el derecho de los pueblos y de las naciones. Fue Europa quien ya en la Edad Media se inventó inquisiciones, apartheids, «pogroms» y persecuciones contra los judíos. En España, hasta que los modernos dirigentes españoles de los siglos XIV y XV quisieron parecerse a Europa, nunca hubo esas vergüenzas y sí la convivencia pacífica de lo que entonces se llamaban las «tres naciones»: la judía, la musulmana y la cristiana. Hasta que en 1391 los demonios se desataron del todo, culminando en 1412 con las terribles matanzas que provocó San Vicente Ferrer: «Timete Deum». A Dios, sin decir ni pío, se le afilió por derecho de guerra al bando de los criminales.

Siguiendo este mismo esquema de historicidad impostada, sectaria y deleznable, el catalán señor Borrell, nada más conocerse la bestial zarracina de los terroristas de Hamas contra Israel –y como Alto representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Política de Seguridad– perdió el culo para poner sobre la mesa de Omán una exigencia clara: evitar un enfrentamiento de «trágicas consecuencias» con la posible respuesta que Israel ejercería frente a los señores de la guerra de Hamas. O sea, y nunca mejor dicho: que todo quedara en agua de borrajas. Qué hipocresía tan mal disimulada.

Varios dirigentes europeos, lógicamente, ya se han desmarcado de esta iniciativa de la guerra criminal con borrajas como plato fuerte y exclusivo para terroristas. Sencillamente, porque es incomestible que con tanto horror y matanzas sobre la mesa –como es eso de querer aniquilar a todos los judíos de la faz de la tierra con el odio histórico acumulado desde hace siglos– se construya un hombre democrático y libre. No se trata de un desiderátum, sino de una realidad incuestionable para vivir en paz en este planeta de apocalipsis cíclicas en las que los señores de la guerra se mueven como pez en el agua.

Por esto mismo, habitantes de otro planeta parecen los miembros de este Gobierno en funciones que, entero o divido por la mitad, hacen causa común con los terroristas de Hamas o al menos lo disimulan. Es asesinada una joven española en la razzia criminal de Hamas, y el Presidente Sánchez lo califica de «fallecimiento», como si un constipado se la hubiera llevado en acto de servicio. A esta misma versión edulcorada –qué mala suerte la de Maya Villalobo– se apuntó el ministro de Asuntos Exteriores. Y es que Sánchez, no nos pongamos demasiado exigentes, está formando gobierno con los amigos de Hamas.

Yolanda Díaz, por ejemplo, se muere de placer viendo cómo uno de sus hombres de confianza estrecha la mano de Ismail Haniye, actual líder de Hamás y señor de la guerra. Íñigo Errejón, levita y se desvive haciendo jerigonzas para justificar que el derecho de la guerra es en sí muy difícil, y sobre todo cuando se aplica a Hamas el término de organización terrorista. Belarra, para señalar que está con Hamás, acudió el 12 Octubre a saludar al Rey con un pañuelo palestino de primores gaseosos. Otegui dice que Palestina es un «territorio ocupado», pero olvidando un pequeño detalle: que lo ocupan sus amigos de Hamas y tan afines como él al terrorismo. Y un larguísimo etcétera, que ha cogido a los frankensteinianos de Sánchez entre la frontera terrorífica de Gaza desembolsando millones de euros que siempre caen, por pura casualidad, en manos de Hamas.

En fin, que vengo a decir lo mismo que escribía Jorge Guillén sobre estos señores de la guerra, sostenidos por «su desorden, sus bandos, y sus chanchullos patrióticos»: malditos, arded en el infierno que llenáis de «espanto» con una «farsa» poblada con vuestros crímenes.