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Podría escribir sobre la nefasta política turística, sobre la desnortada oferta gastronómica o centrarme en el cambio de clima en todos nuestros paraísos naturales; del machismo de los ciervos en la berrea o de la vendimia, que ya nadie analiza en su conjunto; del lobo y sus loberías; de lo bien que se vive sentadito en las terrazas; de mi madre, que cada día está más mayorina, o de la “España vaciada”, chicle estirado hasta el infinito tan recurrente a la hora de escribir bobadas. Pero no, el cuerpo me pide que escriba sobre la unidad de España. A cañón y sin antifaz. Estoy a favor de la unidad de España, sin flecos. Hasta aquí mi ración de patriotismo moderado. Que es lo normal en este siglo. De lo contrario, habría que remontarse a las guerras de África. Allí sí que murieron, sin enterarse, por la patria, soldados inocentes y valientes, casi niños, a quienes hemos olvidado. Defendieron una unidad de España extramuros. Ahora nos toca defender a la España de interior frente a los grupos radicales independentistas. Aquí cada cual debe interpretar su patriotismo pues se acerca el día de la pronunciación.

Si la solución de los independentistas y sus comparsas es irse, que paguen la cuenta y cierren la puerta al salir. Si algún día lograran, gracias a vericuetos políticos, tomar las riendas y legislar mucho más de lo que ya lo hacen ahora, que paguen por las molestias, que devuelvan hasta el último céntimo de euro y que pidan perdón por las ofensas y daños morales que, de su mano, se cometen contra mis compatriotas, con su manera de ser y de hablar. Me molesta mucho el daño moral que se hace a mis paisanos y a los nuestros, o sea, a los que tuvieron que abandonar una tierra pobre pero muchísimo más rica, más culta y más libre. Por si hay alguna duda sobre los nuestros, son los que nos abandonaron en la posguerra, vaciaron nuestros pueblos para trabajar en sus fábricas e industrias -aquí no las teníamos- y ahora, como un maleficio y un castigo injusto a mayores, algunos de los nietos de quienes hicieron ricos el territorio de los independentistas, votan a radicales sin causa. Hasta el último céntimo de euro les cobraba. Separarse de España es inviable.

Debería ser imposible. Iberia solo la rompe Saramago con una balsa de piedra y su vara de avellano. Es una barbaridad irresponsable y, de iniciarse el proceso, las consecuencias económicas, las grietas sociales y el daño psicológico a la población nos marcaría por generaciones. El odio generado, solo por una parte, que es la que se quiere ir, la que agrede, la que ofende permanentemente, tiene una culpa y una cuenta pendiente que tendrá que pagar pase lo que pase. Ya vale. Ya está bien. Que llevamos décadas erre que erre. Un poquito de por favor. Ya tenéis todo, solo os falta el cartel. Pues ponerlo y dejadnos trabajar y vivir a los demás en paz y en España, que es nuestra.