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CADA VEZ que Edipo quería congraciarse con sus propias transgresiones y fechorías, acudía al coro de plañideras de su corte –muy solícitas y muy bien pagadas–, para disfrutar cómo se rasgaban las vestiduras y cómo se mesaban los cabellos con lágrimas de cocodrilo y alaridos «ostentóreos». Exactamente esto –más o menos, y salvo algunas excepciones– es lo que me han parecido las recientes manifestaciones de ex mandatarios y barones del PSOE en contra de la ley de amnistía que pretende colarnos el tirano Sánchez. Lo mismo que los encajes que hacen con alicates de boca plana algunas mentes prodigiosas del PP.

Empecemos por los primeros. ¿Alguien hay aquí tan tonto, o tan ingenuo de capirote, como para hacernos tragar ahora mismito que todos estos altísimos caballeros –salvo contadísimas excepciones– no votaron a Sánchez en las elecciones del 23 de Julio? Nadie. ¿Quién de ellos no sabía que Sánchez aplicaría sin piedad la amnistía o la ley de gracia que aquí llamamos indulto –por no decir insulto–, que la cosa iría de autodeterminación o de independencia, de autogolpe, y que se pretendía acabar con el español como lengua de entendimiento entre todos los españoles? Todos lo sabían.

Así que escucharles ahora con cojera de perro y lágrimas de cocodrilo, poco o muy poco hemos de creer, como dicen en mi pueblo. Parecen palabras vacías que, pronunciadas por Guerra, González, Lambán o por Page, le ponen a uno los pelos de punta porque obras sin hechos son churros infectos. Sin actos tangibles, todo parece el alegato inútil de unas plañideras frente al imponente tanque de Sánchez. Un tanque leopard que está tan seguro con su presencia amenazante y tumbativa, que se da el gustazo de poner tierra por medio yéndose de vacaciones a la ONU para no oír a este coro de plañideras última generación, enchufadas a la inteligencia artificial.

Qué sé yo… pero a estas alturas, quizás, definirlos políticamente como un club de plañideras o de cocodrilos lloriqueantes, es un halago complaciente al que recurría la Celestina cuando denunciaba la falta de discreción y la farsantía de algunos señores bien posicionados como ellos: «si la locura fuese dolores, en cada casa habría voces». Gran verdad la de la cortesana por una razón: una cosa es la conciencia –la honestidad del alma con la que, según Aristóteles, debe vestirse un hombre en todo momento–, y otra muy distinta el cartonaje de la falsa conciencia que todo lo justifica según vengan dadas. Hablamos del último peldaño de unos políticos en recesión que hacen ponencias y escriben libros de memorias como un negocio de empresa.

Vayamos a los segundos o a la leal oposición. Como todas estas comprobaciones me pesan, y me resultan desalentadoras, he pedido a mi psicólogo que me eche una mano. Pues, mira en este asunto seré breve. Psicológicamente, ando tan descuadrado como tú. Pero te diré dos casas. A: estos socialistas con velón tienen conciencia de presbicia, sin universo, sin futuro claro. B: ya me dirás qué discurso coherente puedo armarte al respecto cuando un tal Sémper –el orador que elige el PP para defender el uso del español en el Congreso–, te habla en vasco para que lo entiendas todo mejor. Esto, en buena lógica, se parece a «una claudicación» que, según Freud, sólo satisface la inestabilidad de una conciencia tan corta como la de este señor y la de su partido.

Así que me dije: aquí no tengo nada que rascar. Cierto. Sólo nos quedan evidencias en desbandada. Primero, las inmediatas y las prácticas: ¿pero qué pastillas o chuletón de alfalfa se tomaría la noche anterior el tal Sémper para bordar esta majadería y para nombrar con absoluta impunidad la soga en la casa del ahorcado? Esto sí que desmoraliza y deja a los votantes sin argumentos y a las patas de los caballos.

Destrozantes y patéticas, en segundo término, son las evidencias de gestión y tácticas. Un ejército que, de entrada, ya se posiciona como oposición, no puede funcionar así. Podrá perder batallas sin pestañear como las está perdiendo el señor Feijóo, retirarse a los cuarteles de invierno como César ahora que estamos en otoño y llega inexorable el invierno, e incluso hacer planteamientos operativos que puedan resultar incomprensibles para una tropa derrotada y en retirada.

Pero lo que nunca puede hacer un comandante en ejercicio como Feijóo, en tercer lugar, y como evidencia moral, es hablar con el mismo lenguaje del enemigo y encima con pinganillo. Razón: Sánchez miente muchísimo mejor, y es en la mentira un general invicto. ¿Pero no tienen expertos colegiados que sepan insuflar moral, que distingan meridianamente lo que sea razón verdadera y qué la pifia de un ladrón profesional que es un experto en atracos y en golpes de efecto? Sencillamente, irritante.

Cuarta evidencia decepcionante y vergonzosa: ¿a quién quiere convencer Feijóo con esta manguería en desuso y coro de plañideras? ¿A la izquierda histórica? La broma se parece al choque frontal de un tanque contra un confesionario. En este estaribel se sienta Feijóo –el explicador y el conciliante– con las mismas razones que el encargado de reclamaciones en el Corte Inglés: yo te absuelvo de todos tus pecados y de todas tus compras. Pero obras son amores y no buenas razones.

A lo que responde Sánchez: tú perdona y compra más. Yo, con todos los respetos, te aplastaré con la misma pamplina que la plañidera de Edipo: «Oh áurea hija de Zeus, envíanos a tu protector con grato rostro». En suma, un absurdo de plañideras haciendo teatro del absurdo en la plaza de Felipe II, porque han sido engañados con la compra. Una auténtica pena, según mi psicólogo, y sólo para consuelo de creyentes con fe de carboneros.