Diario de Valladolid

Creado:

Actualizado:

ESTOS días me ha dado por contar ovejas. Así, como suena. Blancas y negras. Churras, merinas, castellanas, ojaladas y assaf, que son las más rentables y numerosas. Vinieron del aprisco israelí. Y se quedaron. Ay, ay, mi cultura churra… En las ovejas, como en las personas, el patrimonio genético se lleva con honra hasta que pagan más y cambias la honra y la raza y hasta a la madre que te parió. Adiós a lo propio, genuino y genético. Pero hablemos de la cabaña de ovino, que así se llama uno de nuestros baluartes en la ganadería. Y pasad de esas estadísticas que tanto emocionan a los políticos: más ovejas que nadie, más leche que nadie, más queso… y así. Creo que es importante este asunto del ovino (contar ovejas). Un servidor tiene la sensación, desde hace unos cuantos años, de que me faltan ovejas a la hora del recuento. Y no es que se las haya comido el lobo, que también. Es que me faltan muchas. Es mi termómetro de despoblación. A menos ovejas, menos pastores, menos leche, menos atajos y más apriscos en ruina. Sin rebaños en la estampa de la meseta. Y esto va que vuela. Cada año, menos ovejas. Que cada cual eche sus cuentas. Aquí somos todos de tierra de pastores. A poco que escarbes te salen ovejas de tiempos del abuelo de tu abuelo. Contad, malditos. Rumiad conmigo el ocaso de la hierba. Se acabó el esplendor. ¿Cuántas ovejas quedan en tu pueblo? Seguro que los mayores podrían decir de memoria y sin pensarlo el nombre de diez o doce pastores que había en su pueblo. Y los nombres de aquellos perros más listos que el hambre. Y sin tanta tontería y pedigrí. Pero si haces la misma pregunta a los de ahora, no solo no recuerdan las ovejas ni el pasto, y tampoco la última vez que vieron un rebaño. La trashumancia, toda ella, la que viene de abajo por nuestra Red Nacional de Vías Pecuarias. O las de interior, como la muda pasiega. He visto ovejas rumiando al lado de las cabañas en Espinosa de los Monteros, o la mela alistana de San Vitero. No puedo resignarme a aplaudir como un tonto capitalino el espectáculo de ovejas y mastines y vaqueros cruzando la ciudad con semáforo verde. Esto es más serio de lo que parece. Tengo un resquemor que me reconcome como una garrapata cuando, a diario, escucho lo de “vendió las ovejas”, “en mi pueblo ya no queda ni un atajo, “se han cerrado un montón de explotaciones” o “ya nadie quiere ser pastor”. Es muy duro, dicen. Será que solo quedan blandos. Está el patio igual de revuelto que antes de ayer. Seguimos con la matraca catalanista. Continuamos con los vaivenes del Gobierno en funciones y disfrutamos de este trampantojo de risa, ocio y taperío. Vale. Pero a mí, cada noche, cuando antes de dormir cuento mis ovejas, me faltan muchas, cada vez más. O lo habré soñado. Me da que no.

tracking