Escalada de precios
a precio de oro. Quienes hacemos la compra cada día –y yo la tengo que hacer porque no me queda más remedio si quiero comer o refrescarme con un par de coca-colas para pasar la colorina–, sabemos lo que vale un litro de aceite comprado ayer mismo. Yo gasto habitualmente una marca de aceite ligero porque mi estómago ya no está para caracolillos en ensalada: aceite Carbonell Oliva suave, original 0,4, el libro a 7,45 euros. Antes de decidirme, claro, miré otros supermercados por si encontraba alguna oferta. Pues ni hablar del caso: céntimo abajo, céntimo arriba la cuenta por la barriga.
Es un escándalo que cada semana el aceite –por no hablar de carne o de verduras– se quede sin olivas para subirse al guindo. Con esta escalada de precios en los que el aceite ya no llega ni para prender la lamparilla a un pobre muerto, digo yo que algo tendrá que ver este Gobierno progresista que todo lo achaca a la pertinaz sequía de Franco y que lleva varios años volando pantanos y deshaciendo el plan hidrológico nacional porque el Sáhara es ya un río imparable como el Dom que serena la estepa rusa.
Algo tendrá que ver sin duda y las cifras cantan. Sánchez ha subvencionado la sequía de toda España con 657 millones de euros, incluido el olivar. En cambio, a la agricultura marroquí –que debe de ser una maravilla porque nuestro presidente visita ese vergel incluso en vacaciones junto al Sultán–, ya en el mes de febrero, comprometió 800 millones. Las cifras ofenden tanto como el precio del aceite. Por esto mismo, los productores agrícolas españoles empiezan a estar en pie de guerra contra los productos marroquíes que, con nuestro dinero, hunden a los productos nacionales, como es el caso del aceite. Acabáramos, señores.