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UN ÜNICO DISPARO. Esa es la ley, la del más fuerte y la del vulnerable en extremo. La ley de la democracia, de génesis tan imperfecta y de aplicación tan manipulada. Pero es la ley. Y mi bala es un voto. Conozco bien el mecanismo que lo percute, ese que tantas veces me hizo tener el mal sueño de una detonación seca, que derramara la sangre que era también la mía. Aquella melancolía juvenil, esa mirada temblorosa en los bajos del coche de mis padres. Esa tensión adolescente con una muerte presentida. Que era la mía propia

Y, ahora, puedo hacer algo, aunque sea con una única bala. No puedo fallar, pero confío en el pulso sereno que otorga la edad. Y la conciencia. Ahora, en este tiempo en el que el gobierno de España lo okupa la arrogancia sumisa a los terroristas que han mudado sus siglas, sé que ha llegado el momento de apretar el gatillo siempre esperanzado de un voto. Sólo uno, pero es el mío. Y aunque se nos ha forzado a pagar el impuesto revolucionario de ir a votar en un domingo canicular de julio, ningún esfuerzo es superior al beneficio de recuperar la libertad. Tras tanto secuestro con la autoría de comandos con pasamontañas de diversa policromía.

Un voto, como una palabra, es un arma cargada. De futuro, dijo el poeta guipuzcoano Gabriel Celaya. Y de presente. De presente inmediato.

El escenario es complejo. Trincheras ideológicas, obsesiones permanentes sobre bandos, siglas y colores, que impiden discernir sobre lo perverso, que prohíben sectariamente intervenir sobre la gangrena ética. Déficits cognitivos y programaciones atávicas. Tampoco hay que olvidar la podredumbre de generaciones que se perpetúan en las listas, apellidos invasores, sagas que usufructúan el ánimo social y las arcas públicas, sin más mérito que ser hijo de, hermano de o vaya usted a saber.

Pero el próximo domingo ni siquiera cabe la excusa de esos nombres, por muy repugnantes que sean. Hay que hacer estallar los puentes entre el gobierno de España y esos partidos, que no son sino el reflejo de espacios sociales de confrontación como único argumento ontológico, que tienen en el terror, el miedo y el sectarismo los pilares de sus programas políticos, siempre con semántica tan ambigua como imperial.

El próximo domingo es el día. Un solo disparo. Sin pistola. Con el valor sereno de otorgarle a nuestra sociedad el logro común y solidario de ser dirigida pensando en el bien de todos. Para que la democracia real venza en el duelo frente a la indignidad. La bala de plata. El voto de oro.