Acueductos modernos
EL legado del Imperio romano fue extraordinario. Enumerar y desglosar todos sus logros sería interminable. La cultura clásica fue atractiva y penetrante. Su idioma, el latín, ha conseguido perdurar hasta nuestros días y es la lengua de los documentos oficiales de la Iglesia Católica. Su estudio y difusión ordena la cabeza y la ideas. Por eso ha desaparecido de los estudios humanísticos de la escuela secundaria y casi del bachillerato. A lo largo de varias centurias desde su origen hasta su caída, Roma y sus sucesivos dirigentes, sus gobernantes y los representantes en las instituciones que decidían la política en sus extensos territorios supieron imponer un carácter eminentemente práctico a todo lo que hacían. El Derecho Romano, junto con el cristianismo, han constituido las bases de los países europeos por mucho que se intente ocultar.
Sin embargo, uno de los aspectos que ha llegado hasta nuestros días ha sido sus esplendorosas infraestructuras. En España, la más icónica de todas es el Acueducto de Segovia, toda una obra de ingeniería que estremece cuando uno se acerca a ella. Sus dimensiones fantasmagóricas, la visión estratégica en su planificación, su perfección en el diseño y en la ejecución y su belleza artística, hacen de él un monumento digno de ser visitado. Esta magnífica obra hidráulica data del siglo II d.C. y ha llevado agua a través de sus canales hasta el año 1973.
Hace unos días, tuvo lugar en Burgos una manifestación ciudadana impulsada por 300 asociaciones y agrupaciones de diversa índole, que consiguió concitar a cerca de 12.000 personas con la finalidad de reivindicar a las Administraciones Públicas de todos los niveles territoriales, la incorporación en sus presupuestos de partidas económicas para potenciar las infraestructuras esenciales en la provincia de Burgos, siendo algunas de ellas el impulso del corredor central, con el tren directo Burgos-Aranda-Madrid en línea recta, y la promoción del corredor atlántico. Los viejos romanos tomaron decisiones cuyo acierto han servido para que durante muchos siglos una población haya recibido agua en pro del interés general. Y lo hicieron teniendo en cuenta los beneficios que acarrearía a la sociedad de su época, sin calibrar las consecuencias, sin medir los cálculos o los intereses políticos en juego, ni si la decisión no gustaría en Roma, en Cartago o en Emérita Augusta. Que tomen nota nuestros políticos. Las inversiones en infraestructuras, que son de sentido común, benefician todos, no a algunos.