La paciencia de los pueblos
ESTA COLUMNA pos votacional, no ha sido escrita a pie de urna, ni a la luz de los primeros sondeos que se lanzaron noche como una debacle de la izquierda o como una salvación de la derecha. La escribí ayer por la mañana. Como tampoco soy profeta, y menos adicto a las predicciones de los genios encuestadores, me limitaré a lo que se agarran hoy todos los perdedores, asegurando que han ganado, y que -aun desamados y descolorados por las urnas- siguen en política con este fragmento de Aristóteles que vale igual para un roto que para un descosido: «La victoria tiene muchas madres y la derrota es huérfana».
De lo que no cabe la menor duda, es que el candidato Pedro Sánchez -que se presentó a todas las alcaldías y presidencias autonómicas como el reclamo de las perdices que pierden la pluma porque sólo van al pique-, se mantendrá en la Moncloa con su falcon a propulsión a chorro, no rectificará ni sola línea de su ideario social-comunista, y ahondará incólume en sus leyes despendoladas con daga florentina. Y lo más importante de todo, que atañe a nuestra particular salud mental y al sosiego general de la república, es que -tras esta campaña zapateril, que ha diseñado para pisar callos como negocio progre- perseverará en su campaña revolucionaria y adolescente con barquitos de papel hasta que en diciembre -o cuando le convenga- convoque las elecciones generales de la victoria siempre.
Lo de ayer, por tanto, fue un ensayito precoz, una lindeza para yogurines. Lo que nos espera a partir de hoy es una campaña a muerte, sistemática, larguísima, refractaria al sentido común y a la norma más elemental de la evolución democrática, que no asumió ni Charles Darwin. Y ello porque -con este gobierno de talentos súper guais, chulísimos, y de frikis en las frikerías de la eterna frikilandia- los avances evolutivos en política, la progresión social, la democracia y el reforzamiento de la especie, se estancan con la marcha del cangrejo. Hablamos de retrocesos galopantes en la especie humana. Y claro, don Charles no bromeaba a este respecto: «La historia se repite, y éste es uno de los grandes errores de la historia», escribía.
A esta retrogresión evolutiva del crustáceo en un pantano, nos ha llevado Sánchez con sus últimas actuaciones políticas que concluyeron en rampa hacia el abismo ayer domingo, a Dios gracias. Pero llamemos a las cosas por su nombre, ahora que llueve y la sequía parece una transgresión hidráulica del Tajo-Segura. ¿Qué ha supuesto la compra fraudulenta de votos al retortero -que riman con carteros, con pucheros y con volanderos-, sino el retorno a una oligarquía caciquil que ya sentenció Joaquín Costa en 1902 mostrando abiertamente sus vergüenzas? ¿Alguien, por muy ancha que sea la ranura de las urnas, puede colar a toda la etarría asesina como proyecto de paz, como justicia circense al modo Pumpido, y con un noviazgo feliz con metralleta? Y bueno, ¿qué decir del secuestro de Maracena ejecutado por mentes obtusas y depravadas que quieren gobernar un ayuntamiento como si regentaran un granja de gansos? Y etcétera, etcétera, etcétera.
Pues qué vamos a decir sin pensar demasiado: que con tanto rencor y enfrentamiento, y con tantos intereses creados y corrupción en vena, la contramarcha sanchuna en las elecciones de ayer va incluso mucho más atrás del regeneracionismo tan educado y pedagógico de Costa. En realidad hay que situarla en un proceso de encanallamiento irreversible, como sucedió en 1868. La hartura de la gente, provocó la caída estrepitosa de Isabel II -la hija del rey felón que sólo pensaba en el dobladillo de las enaguas-, y que tanto ridiculizó Valle-Inclán en La corte de los milagros. El Manifiesto, que entonces firmaron en Cádiz una serie de españoles hasta las trancas, señala las causas para concluir sin más con una rabia moderada pero muy efectiva: «la paciencia de los pueblos tiene su límite en la degradación».
Pues hasta aquí hemos llegado. Es el mismo proceso que, históricamente, señalaban los clásicos griegos y romanos, y que, como decía Horacio en una de sus Odas, se muerde la cola con abuelos, padres, hijos y nietos hasta llegar a la infamia de una «progenie aún más degenerada». Es entonces cuando los pueblos dicen basta y hacen de la revolución una exigencia que, históricamente -como institución de recambio- suele durar muy poco. Surge de inmediato la nueva oligarquía dominante, ambiciosa, y los políticos incorruptibles con sus «agíbilis» -agilidad en el artificio para seguir viviendo a costa de los demás-, que decía el pueblo llano en la Roma de los Césares al ver cómo las esperanzas se truncaban de nuevo.
Sánchez es la DANA, la gota fría de toda esta degradación ascendente y torrencial. Vean. Dijo, y prometió, que jamás se metería en la cama con terroristas ni con separatistas porque, sencillamente, no podría dormir, y él es un hombre de conciencia y de palabra. Pero de hecho Gobierna con los enemigos de la Nación. Se propuso hacer de la transparencia una especie de fuente de Castalia purificadora, pero todo lo ha convertido por ley en un cenagal intransitable, en una franquicia en el que el robo y la okupación son derechos y base del espíritu de las nuevas leyes, que avergonzaría a Montesquieu.
Pero lo más indecente de este engendro de naturaleza alterada y corrompida, es el afán sanchuno de persistir en esta línea degradante sin enmendar la plana. Y lo hace con tal empeño y caradura, que hasta lo vende como una salvación incuestionable. Estamos perdidos. Al pueblo español no le queda más remedio que erradicar esta indecencia sin ningún tipo de sentimentalismo barato. Abajo el tirano y su tiranía.