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Pasó la Semana Santa como el viento de cola de los aviones: siempre con el movimiento a favor de la marcha. Así que hoy lunes nos ha llegado la Pascua con buen tiempo, mejor descanso, y sin obstáculos para el falcon de Sánchez. Volvemos, por tanto, al mismo estado de cosas en el que dejó Yolanda Díaz los asuntos de la república en ese venturoso 2 de abril –el Domingo de Ramos para Sumar– con una alegría tan «chulísima» que, francamente, no es de este mundo.

En su presentación como candidata a la Presidencia del Gobierno, la Vice de Sánchez ostentó un blanco subidísimo, celeste. Tanto que algunos nostálgicos lo confundieron con aquel célebre blanco España, que decíamos en tiempos de Franco cuando los niños hacían la primera comunión. A los que somos pascuales de oficio, nos ha dejado prendados ese blancor refulgente marca Roca para ducha y bidet, pues no sabemos si nos ha nacido un buen callo en la boca, en el oído, o en sálvese la parte.

Apabullante el programazo de «la primera Presidenta del Gobierno» en Magariños. Ella, dijo, es «la política con mayúsculas», y votar «PP y Vox no es hacer política a lo grande», pues «practican las políticas del dolor». Su carta de «derechos fundamentales» fue la whatsAppería del orbe trasplantada a un nuevo amanecer: «que cada día sea un 8M». Y todo esto sólo es posible con Sumar, y sin ninguna resta, porque representa «la política en grande» con «enormes dosis de entrega y generosidad», y con una variante definitoria envuelta en un papel couché de calidad superguay: «sin olvidar qué es la ternura».

Impresionante colgandeiro. No cabe ninguna duda. El Sumar de la Vice no tiene abuela. Todo se parece al concejo fashionero–ternurista del que habla Sancho en la carta que escribe a su mujer como gobernador de la Ínsula Barataria: aquí, «Teresa mía», todo se encanta y se desencanta «con tres mil y trescientos azotes, menos cinco» de ternura a repartir en partes igual, pues «unos dirán que es blanco y otros que es negro».

Pero la recurrencia a la ternurita, como programa–faro de Sumar, es viejísimo. El emperador Tito Flavio Vespasiano –a quien llamaban nada menos que «amor et deliciae géneris humani» (amor y delicia del género humano)–, lo puso de moda tras destruir Jerusalén y asesinar a más de un millón cien mil judíos por Pascua florida. Bueno, pues este genocidita, si pasaba 24 horas sin hacer una buena acción, solía decir con las ínfulas de un dios: «¡He perdido el día!». No me extraña.

La Vice de Sumar con Pedro Sánchez, dice prácticamente lo mismo que este benefactor de la humanidad en cada aparición. Como emperatriz de la ternura hay que reconocer que es finísima. Copia la escenografía de la Virgen de Fátima a la perfección: siempre rodeada de ovejitas y de pastores sacados del portal de Belén como proyecto personal de un blanco España inmaculado, portentoso, esplendoroso, inédito.

Ella –eternamente en volandas como en la canción de Pablo Milanés o en el cuento de Hamelín–, no necesita ni estructura de partido. ¿Para qué? La razón es contundente, insustituible, imperiosa. Ella es la gente, toda la gente, la compañía que se desata, el revolcón de un movimiento nacional que, más allá de las políticas desgastadas y perversas –fascistas, comunistas, socialistas–, se impone con una ternura irresistible: «cuidar la democracia», «ensancharla», «ganar el país, transformarlo», tras el dulce balar de ovejita lucera que de campanillas nos planta un maravilloso collar.

Si la eternamente Vice adopta como himno de su campaña el de la ovejita lucera, armonizado por la flauta de Hamelín, menudo puntazo. Hasta yo me apuntaría al coro como cualquier niño. Cosas más sorprendentes hemos visto con este Gobierno Frankenstein. Que se lo pregunten si no, a Pérez de los Cobos, que soñaba con ser general, y por cumplir con su deber le metieron un puro que no consigue salir de él ni con las sentencias del Supremo a favor. Seguro que la Vice eterna, como ternura en vena, se lo arregla en cuanto pida el ingreso en Sumar.

Así que visto lo visto, tengo que reconocer que, por esta vez y sin que sirva de precedente, estoy totalmente de acuerdo con Podemos: con esta señora de blanco puro sin matices –como en todo movimiento neofascista de cuño ternurista– es imposible hacer en serio planes en política. En ese roto sólo cabe ella, ella, y ella, y su palabra favorita es siempre la misma: yo, yo, y yo. Imposible un acuerdo, pues ya dijo Voltaire en Zadig o El destino: en política «el mal se da cien veces por día, y el bien, como mucho, una vez al año». A lo que añade este servidor: la ternura en política es una comparación odiosa, porque no existe nunca.

Para no meter la pata, he evacuado consultas. Primero, con mi vecina Carmina, que me ha respondido en estilo llano y directo. Oye, chico, esa Yoly que mira al Papa como a un cirio pascual o como una papisa sin Dios, y que besa en los morros a Lula da Silva como en una ronda de esquiladores, me parece una cosa tremenda. Yo creo que sólo le falta Heidi. Normal. La verdad es que no veo a mi vecina –que al pan le llama pan y al vino, vino– comulgando con estos rellenos de guardería.

Luego, hablé con mi psicólogo, que es un científico muy pragmático, y piensa otra cosa. Para él se trata de un caso interesante de transformismo comunista que habría que estudiar en un próximo congreso. Por ello deduzco, que si la Vice le echa un tiento, podría hasta contar con él con una condición: siempre que pague las consultas. Si no, ni hablar del caso. En fin, y termino: lo que nos faltaba que, después de Pedro Sánchez, nos gobernara una tierna, despendolada, y totalitaria ovejita lucera.