Serpiente de cascabel
QUE NO, que no hay por dónde agarrarlo, me decía el viernes -en referencia al señor Marlaska- mi vecina Carmina, con un cabreo impresionante mientras me pasaba por los ojos, como un colirio, El Mundo Diario de Valladolid. Yo qué quieres que te diga, profe, pero a mí este caballerito, por llamarle de algún modo, lo miro y lo remiro y cada vez se me parece más a una serpiente de cascabel. ¿Pues qué ha hecho ahora?, pregunté para rebajar decibelios. Pues lee, y entérate de lo que dice tu periódico y luego, si te parece, hablamos, o mejor dicho, ya veré si dices algo, rico.
Y claro, leí la portada, que es una acusación en toda regla; leí el editorial que era impecable, congruente, finísimo, y directo a la yugular de las leyes traicionadas y de las exigencias políticas; y leí las páginas 8 y 9 repletas de infamia para un profesional del derecho que ha perdido el rumbo. De entrada, este cúmulo de referencias e informaciones me llevaron de cabeza -hoy que es Lunes Santo y empieza la Semana Santa-, a lo que escribía Quevedo en su Política de Dios y Gobierno de Cristo: «menos mal hacen los delincuentes, que un mal juez. Cualquier castigo basta para un ladrón y un homicida; y todos son pocos para el ministro y el juez que, en lugar de darles castigo, les da escándalo. El mal ministro acredita los delitos y disculpa los malhechores». Textual.
Pues esto, exactamente esto -cocido y bien cocidito en las zahúrdas infernales de Quevedo-, es lo que pienso de este ministro indigno, tergiversador, traidor, falaz, hipócrita, fariseo, trapacero y mentiroso. El apelativo cariñoso como serpiente de cascabel, atribuido al señor Marlaska por mi vecina Carmina, me parece un piropo. Lo digo porque hay que ser rigurosos, señores míos, con las definiciones. Según los herpetólogos -zoólogos expertos en reptiles-, hay más de 30 clases de serpientes de cascabel. Entre éstas, una decena larga son peligrosísimas. Algunas tan letales, como la «lachesis muta», puede derribarte incluso del caballo -mide la pájara más de tres metros-, y dejarte en el sitio en un instante y listo para engullirte en menos que se santigua un cura loco.
Desde el inicio de su mandato -y eso revelan las evidencias que no son pocas-, Marlaska se ha comportado como una auténtica serpiente de cascabel de la especie lachesis muta. Aterrador. Siendo juez, nadie como él ha inoculado en la columna vertebral de la justicia tanto veneno. No ha habido, por poner un ejemplo concreto, una sola víctima del terrorismo etarra, que no haya sentido sus efectos letales, que no haya palpado su desprecio olímpico y sistemático por la víctima, y que no haya percibido un asco radical por las medidas administrativas del Ministro del Interior favoreciendo a los administradores del terror, que ubica en estancias de respeto y en aposentos de cinco estrellas.
Como ministro que respeta las leyes y hace justicia, su contribución al bienestar de la república es menos cero, y entra de lleno en los baremos ominosos que describe Quevedo con tanta precisión en la mentada obra, por su política detestable, sectaria y excluyente. Así que a estas alturas de la película -sabemos incluso por Shakespeare que «el amor te ha convertido en una serpiente domesticada»-, no podemos llevarnos a engaños cascabeleros. Y ello por una razón filosófica y de principios irrenunciables: no se puede hacer de la justicia, de la equidad y de la convivencia, almoneda y manga por hombro. Esto, también lo señala ahí Quevedo pues, por sendas de serpiente sibilina y reptante, pretenden hacer «al hombre semejante a las bestias» y edificar una torre de Babel para llevar a la Nación a «la confusión y a la ruina».
De aquí al hecho concreto que ha perpetrado Marlaska contra el coronel Diego Pérez de los Cobos, hay un trecho muy pequeño. Yo diría que se trata del mismo pudridero y nidal de serpientes cascabel, tipo Lachesis muta & Eta metralleta, que representa el Ministerio del Interior, alentado por la muy infame y pro etarra Ley de Memoria Democrática.
Lo demás en política, como escribía Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de prudencia, es cosa propia de las serpientes y de la edad. En un político de verdad recomendaba alternar a un tiempo «la calidez de la serpiente con la candidez de la paloma», pues no hay cosa peor que ser un palomino de tres al cuarto. Y en cuanto a la edad, lo peligroso de verdad, decía, es «el exceso de la mudanza». Cada edad política tiene su animalidad definida. La de Marlaska, que oscila entre los cincuenta y los setenta años, sería, según Gracián, la de la serpiente, la del perro y la de la mona. Y todas ellas, añadía el filósofo, se dan sin ningún tipo de «mejoría».
O sea -Carminica y los amigos que hoy Lunes Santo me leen-, que lo de Marlaska ya no tiene arreglo posible por muchas vueltas que le demos, y por muchos escándalos que le exploten en la cara como el de la ex directora de la Guardia Civil, y el más reciente de Pérez de los Cobos. ¿Y saben por qué razón? Porque Marlaska es a tiempo completo la serpiente, el perro y la mona de Pedro Sánchez.
Admitamos, como escribía Kafka en no recuerdo qué metamorfosis, que «la mediación de la serpiente» es necesaria en la vida práctica y en la política del día a día. Lo que no es de recibo de ninguna de las formas -por ser algo en todo punto repugnante y repulsivo- es que un juez, emulando a la serpiente de cascabel más letal de todas, altere el orden moral de las leyes y de la convivencia entre los hombres. Ello supone una mirada de monstruo, que no de serpiente, tan abyecta, miserable, e irrelevante de la política española, que apunta directamente al mal y a la nada.