Asaltar el cielo
CONFLUYEN el Cristianismo, que estos días celebra sus Siete días de Oro, y el populismo, que usufructúa sus dogmas 365 días cada año con cargo a los presupuestos públicos, en poner el foco en los más vulnerables. No se trata, claro, de los mismos vulnerables. No, al menos, del todo. En el primer caso no existe distinción alguna, tan solo la marca del dolor, el estigma de la soledad, el algoritmo de la marginación. En el segundo, emerge una preferencia sobre su vigencia en el sufragio activo, junto con una predilección por las víctimas impostadas. Las diferencias estriban, y se explican, en la motivación y en la finalidad. La distancia es la misma que separa el amor del poder.
Por poner dos casos cercanos: entre el ejemplo del leonés, hijo de minero, Nicolás Castellanos, quien fuera obispo de Palencia, con su obra ‘Hombres nuevos’ y Pablo Iglesias, hijo de terrorista, exvicepresidente del Gobierno existen diversas diferencias. Ninguna de matiz. Castellanos dejó el palacio Episcopal para vivir en un modesto piso de la capital palentina, y ahora vive en Bolivia, en una sencillez y humildad naturales junto con los más desfavorecidos. Iglesias tomó posesión del cargo y abandonó ipso facto el pisito de Vallecas para instalarse en el chaletazo de Galapagar. Castellanos puede pasear su honestidad sin temor. Iglesias necesita escoltas (no los hubiera necesitado en el País Vasco en tiempos anteriores, pues se jacta de sus amistades con los terroristas de ETA, sucedáneos y legatarios).
La pérdida de la fe ideológica de muchos votantes del movimiento ultraizquierdista que significa Podemos (ya con permiso de Sumar, que es su secuela emocional), radica en el descubrimiento del tocomocho que dinamiza las actitudes de sus líderes (¿), para los que cada ciudadano adepto es, ni más ni menos, que un voto. Un sufragio que utilizan en su exclusivo beneficio (aunque en esto, con diversas graduaciones, raramente se salva un político con cargo). Les dijeron que había que asaltar el cielo, y que eso exigía violencia. Les pareció bien, les convertía en héroes (gudaris sin ikurriña) Con menos claridad se exponía que los rasguños serían parte de la cuota de los militantes, que los dirigentes estaban para tareas más elevadas (y mejor remuneradas).
Así que, incluso desde mi escepticismo litúrgico, resulta evidente que existen dos modos de asaltar el cielo. El primero, desde la generosidad de espíritu; el segundo, con el victimista timo de la estampita (voto cautivo) que combina sectarismo y la emocionalidad del camelo ideológico, tan propios del populismo.