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El aumento de episodios de acoso escolar o bullying, de ciberacoso o ciberbullying en los colegios y el incremento de suicidios entre adolescentes (desde 2021 ha aumentado el suicidio de menores entre 10 y 14 años) está disparando todas las alarmas entre los profesionales educativos y entre las familias. De nuevo la realidad de nuestra sociedad nos vuelve a abofetear la cara sin verlo venir y nos muestra todo un abanico de situaciones donde la persona diferente, ya sea por motivo de su origen, porque tenga una discapacidad o tan sólo porque se trate de alguien singular, se siente acosado y perseguido hasta que, en algunos casos, dice basta y decide dejarnos para siempre. 

Hace unos días pude ver en un programa de televisión, mientras tomaba un café a media mañana en el bar, cómo emitían en bucle un vídeo donde una chica agredía e insultaba a otra chica, que tenía una discapacidad del desarrollo, de forma continuada mientras otras chicas presenciaban el escarnio sin mover ni un dedo y sin que, tampoco, se las moviera la coleta. No era la primera vez que veía algo así. Todos, en mayor o menor medida, hemos visto imágenes donde se agrede a alguien mientras el resto de personas que están presenciando esas embestidas pasan de largo o se limitan a grabarlo por el móvil, pero sin alzar la voz para hacer frente al agresor o al abusón. Esa pasividad, esa indolencia, esa indiferencia llama la atención, igual o más, que el propio ataque y duele saber que somos así. 

Y es ahí, en ese preciso momento, cuando uno se pregunta qué se ha ido acumulando en nuestro interior, qué clase de argamasa no deja que nuestros sentimientos afloren, qué ha ocurrido para que el miedo y la indiferencia se hayan hecho cargo de nuestra voluntad. Es ahí, en ese conciso instante, cuando uno es consciente de que vamos por la vida poniendo parches y remiendos, es ahí cuando uno se da cuenta de lo que nos cuesta ir al meollo de los asuntos. Lo nuclear puede generar conflictos y conflictos como el comportamiento de nuestros hijos pueden provocar polémicas e incluso herir nuestro orgullo como educadores. Es mejor, lo hacen muchas personas de nuestro entorno, pasar de puntillas por cualquier asunto que requiera de cierto virtuosismo intelectual o de echarle ganas simplemente. Aunque somos conscientes de que este tipo de actos ominosos han ocurrido en otras ocasiones o en otros episodios de la historia de la humanidad, aunque quizás deberíamos hablar de la historia de la deshumanización, poco hemos aprendido o, sencillamente, es que nos cuesta mucho aprender. Quizás no seamos tan inteligentes y debamos dar la bienvenida a la inteligencia artificial ¡Qué desolación! 

No es tarea fácil, desde luego. La mayoría de las entrevistas a profesores que he podido leer se muestran superados por los acontecimientos, desbordados por los numerosos casos de abusos de acoso escolar. Exigen más medios, más apoyos, hablan de que no pueden estar vigilando constantemente ni a los abusones ni a las víctimas de abusos. Algunos profesores no se atreven a decirlo, pero cuestionan el modelo escolar inclusivo, donde, por ejemplo, niños con y sin discapacidad comparten aulas y espacios dentro de un mismo colegio. Algunos familiares también cuestionan este modelo. Lo cierto es que todos los modelos educativos siempre están en permanente cuestión por uno u otro motivo. Nunca nos hemos puesto de acuerdo, aunque me gustaría pensar que al menos en esto, en esto de ponernos como objetivo una política de cero abusos en los colegios, sí nos podríamos poner de acuerdo, aunque solo fuera por intentar salvar la cara a la dignidad humana que debería regir todos nuestros actos. Deberíamos preguntarnos más a menudo, a diario diría yo, si nos sentimos dignos detrás de cada decisión que tomamos y de los actos que conllevan esas decisiones. 

Otra de las preguntas que me suelo hacer, cuando veo alguna de estas lamentables imágenes, es sobre lo que les dirán los padres de estos niños, de los abusones. ¿Les preguntarán el porqué de su comportamiento? ¿Empatizarán con las explicaciones de sus hijos? ¿Lo dejarán en una trastada sin más importancia? Al fin y al cabo, siempre ha habido este tipo de casos. ¿Y qué les dirán los padres a los niños-espectadores? Vosotros no os metáis. Vosotros a lo vuestro. Vosotros siempre del lado del más fuerte, aunque sea un auténtico zoquete. Quizás los padres se acuerdan cómo se comportaron ellos cuando sufrieron acoso, cuando presenciaron casos de abusos o cuando ellos mismos fueron los abusadores y se den cuenta que nada ha cambiado y que nada han aprendido al respecto que puedan contar a sus hijos. 

El singular sigue encontrándose solo frente a la cada vez más insoportable generalidad.