Diario de Valladolid

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Es cierto. Tras la confusa, dividida, enfrentada y degradante manifestación del 8-M, ya no cabe la menor duda: «estamos tocando el fondo». Parecido a la situación que, en pleno franquismo, describía en 1955 Gabriel Celaya en su poemario Cantos iberos, donde decía –en el poema titulado «La poesía es una arma cargada de futuro»– algo que nos convocaba en las calles, en las aulas, en las fábricas, y los tajos de trabajo, llamando a la toma de «conciencia» y cantando «las verdades» como puños.

Lo que en resumen decía ahí el poeta, hace ahora 68 años, a los jóvenes de entonces nos revolvía las tripas y nos lanzaba a una fiereza existencial y afirmativa: basta de mentiras, basta de asfixia totalitaria, basta de jugar con las libertades, basta de hojas de ruta que juegan impunemente con la realidad que somos hasta convertirnos en la sombra de un acertijo, y basta de tiranías que nos venden una «mágica evidencia» sin dejarnos «decir que somos quien somos». Así de sencillo y de dramático.

Digo parecido a lo que ocurría entonces por decir algo. En la Transición lo teníamos muy clarísimo: queríamos democracia por encima de todo. Por esto nos desgañitábamos y cantábamos con el poeta: «Me siento un ingeniero del verso y un obrero/ que trabaja con otros a España en sus aceros». Pues esto se acabó. Ahora tocamos el fondo con la frivolidad democrática, con la confusión de las realidades biológicas y naturales, con las franquicias de una igualdad que genera monstruos, y con las altezas de pacotilla de una utopía progresista.

Parece una broma pesada, pero se trata de una certeza como «un fruto perfecto», que también decía el poeta. Vean si no. El viernes pasado, un lector me whatsapeaba a conciencia: «Necesito saber una duda existencial que me intranquiliza. Seguramente, entre la sabiduría aportada por la vida de su vecina Carmina y la suya propia de hombre ilustrado y sensato, puedan ayudarme. Yo he nacido, crecido y educado como hombre toda la vida y próximamente tengo que renovar el DNI, pero ahora no sé qué poner en la casilla del sexo porque veo que, según el Gobierno, hay 37 géneros y 10 orientaciones sexuales». Textual.

Lógicamente, trasladé la consulta a mi vecina Carmina, y me contestó al sopetón: pues mira, hijo, este mismo problema tiene ahora mismito mi marido que, como bien sabes, se llama Paco Pascual. Para clavarle una pica en lo más hondo de la naturaleza que Dios le dio, yo le llamo en la intimidad Paco mío. Pero desde el mondongo que se montó en el 8-M le llamo Pacomio, en honor al santo que fundó la vida eremítica con voto de castidad perpetuo. Y en estas ando. ¿Y cómo es ese lector nuestro? Pues normal, Carmina, cómo va a ser el pobre hombre.

Y entonces Carmina se me desató: Por favor, Antonio, por tu madre, no digas «normal» jamás, que esa es una palabra prohibida, fascista, heteropatriarcal, y tan nociva y tóxica que los bachilleres ya no usan ni como chatarra ni como látex de baja calidad. No sé qué opinarás tú, pero yo le aconsejo a nuestro lector que en la casilla del sexo ponga sencillamente: Poligorgojo transgénico. Así cumple rigurosamente con todas las chorradas del feminismo en serie y chabacano, con todas las animaladas del animalismo coronado, y con todo el cuento chino del ecologismo enfermizo.

¡Gran definición la de mi vecina Carmina! Como los políticos se han vuelto locos unos, imbéciles muchos, y el resto se han convertido en partisanos a tiempo completo de este Gobierno sanchuno en el que, como decía Jardiel Poncela, «lo que no está prohibido es obligatorio», pues poco puedo añadir. La ciudadanía ha optado por lo más normal del mundo en un gobierno de zumbados que ha tocado fondo: normalizar el consumo de la mariguana como salvación de la nueva polis aristotélico-sanchista.

Que hemos tocado el fondo en «la enfermedad infantil del izquierdismo», que decía Lenin, lo demuestran los eslóganes más coreados en el 8-M: «¡Qué pena que la madre de Abascal no pudiera abortar!», cantaba y difundía la inefable Ángela Rodríguez Pam pim pum, como si abortar fuera el famélico estribillo de la nueva Internacional. Las chicas del PACMA, o lo que sean, exigen «un feminismo sin distinción de especies» con un descubrimiento de impacto, inimaginable, brutal. Según ellas, una vaca y una mujer serían el mismo «ganado» y puede que –en lenguaje escatológico, ¡qué sé yo!– hasta compañeras de la misma boñiga «como un lujo cultural por los neutrales», que señala Celaya.

En resumidas cuentas. No deja de ser curioso que un poeta del pueblo de entonces como Celaya, y una mujer sin atributos y del pueblo raso como Carmina en el 2023, coincidan en reivindicar exactamente lo mismo: que sin lo normal –«el aire que exigimos trece veces por minuto», según el poeta, y eso tan natural como llamar a las cosas por su nombre sin llegar al ridículo de una ensalada incomestible, según mi vecina–, no hay democracia posible, ni «poesía gota a gota pensada», ni filosofía para razonar las posibles contradicciones, ni práctica vital que asegure que la vida es única, y ni actos con vistas a un futuro sin lamentos.

Lo demás deja a la política del sanchismo reducida a un mojón desnortado, a una entelequia que costará años en reconducir, a una ciudadanía tambaleante que ya no sabe si lo normal es que el hombre y la mujer sean un felino depredador, si lo honrado es que el Tito Berni en calzoncillos llene las páginas de los periódicos como un referente, si una víctima es igual que su verdugo, y si las leyes ideológicas de Sánchez no son más que el criadero de esclavos para normalizar la esclavitud ensanchunada. No cabe la menor duda: «estamos tocando el fondo».

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