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Entre el inefable Garamendi, que se metió en un jardín y acabó en un zarzal, y algunos prebostes de la colegiación médica hispana asistimos a un déjà vu que nos devuelve a los tiempos de la prerrevolución industrial. Escarbas en Atapuerca y encuentras restos más evolucionados del ser  humano que algunos de los que aparecen en la CEOE y en los colegios de médicos, incluido Burgos. El uno, Garamendi, con sus tesis de que la supervivencia empresarial pasa por el modelo esclavista en el que los trabajadores cobren el salario en sal, para que les escuezan las heridas, mientras él se alicata 400.000, no sabemos si por el régimen general, el de autónomos o el de Pinochet. El está a régimen, por eso aconseja que los asalariados se pongan a dieta. Y luego está lo de los dirigentes médicos que hace siglos que no despachan una receta. A los pueblos, ni aspirinas. El que quiera médico que se lo pague o vaya a la capital, que es donde están las consultas privadas. Claro que quienes lo dicen pasan la mitad del año en Marbella, a cuenta de la colegiación, no del trabajo sanitario. Quien así se pronuncia es el presidente del Colegio de Médicos de España, Tomás Cobo, desde Murcia y su cuenca minera para todos ustedes. Ya los sugirió el de aquí, José Luis Díaz Villarig, que para saber cuánto tiempo lleva en el cargo hay que hacer la prueba del carbono 14. Ycomo el dicho de la linde y el tonto, salió el palmero de Burgos, Joaquín Fernández Valderrama, como aquel medio ofensivo colombiano al que le asió por los testículos Míchel, el mejor carrilero del 8 de la historia del balompié. Lo que hay que cerrar no son consultorios. Lo que hay que cerrar es chiringuitos y colegios de caciques. Chiringuitos de tragadores, que viven del trabajo del prójimo, a costa de querer despojar al prójimo de un salario digno y una atención médica digna. Lo obreros que no coman y los de los pueblos que no enfermen, coño, que no hay más que vicio. ¡Comunistas, que sois unos comunistas!