Una difícil reconciliación
CADA UNIVERSIDAD es soberana y está en su perfecto derecho a proclamar doctor honoris causa, hijo predilecto o reina de las fiestas a quien le pluga a su claustro. Faltaría mas. Nada que discutir, por tanto al hecho de que la Universidad de León haya elevado a sus altares al expresidente del Gobierno José Luis Rodriguez Zapatero. O que la Complutense de Madrid distinguiese a su exalumna Isabel Díaz Ayuso, a la sazón presidenta actual de la comunidad madrileña. De lo suyo gastan. De lo que sí puedo opinar es de la lamentable vuelta de las tensiones políticas a las facultades. Ese ambiente opresivo, amenazante y violento que me tocó vivir mientras cursaba mis estudios universitarios. Carteles y pintadas a favor de los presos y de la lucha abertzale, profesores pontificando nacionalsocialismo cuando no pedían directamente dinero para la caja de resistencia de los presos y los docentes despedidos. Alumnos etarras sacando sobresalientes desde la cárcel y movimientos sindicales estudiantiles con métodos de kale borroka. Ese era el pan nuestro de cada día. El primer año que llegué a la Facultad de Ciencias de la Información se convocaron huelgas todos los jueves de octubre a febrero. Lógicamente el viernes hacíamos puente. No había opción a desafiar la huelga porque ni los profesores acudían ni a los alumnos se les esperaba. Hasta que no se supo que estábamos a piques de perder el curso y que quedase anulado no se calmó el ambiente. Apenas tres o cuatro años atrás ETA puso una bomba a una profesora, hoy tertuliana y columnista de lujo en varias publicaciones, en el ascensor. No estalló porque falló el fulminante. De haberlo hecho sólo una pared le separaba de un aula con más de cien alumnos. Aplaudo que a Zapatero no se le realizase ningún escrache y condeno que sí se lo hicieran a Ayuso porque esas conductas hunden a la educación universitaria. El problema es que la política está tan enfrentada en bandos sectarios y hay tanto cafre deseando probarse en la kale borroka que ya no sé cual es la solución. Pero seguro que la hay. En el País Vasco, antes incluso del secuestro, tortura y asesinato de Miguel Ángel Blanco o del entierro en vida de Ortega Lara surgió un movimiento ciudadano como un rayo de sol en una tormenta. Se llamó Gesto por la Paz y dio una opción de salir a la calle a las personas que rechazaban vivir en una batalla campal promovida por los proterroristas. No estoy seguro de que hoy en día pudiera volver a tener el mismo efecto. Memoria histórica no es reescribir la historia sino acordarse de que la sociedad es capaz de superar sus peores errores.