Un mechón de tu cabello
DESMADRE TOTAL. El sábado se me presentó en casa mi vecina Carmina como si fuera carnaval: con un vestido vaporoso de alta costura, unos tacones de cuña como para santiguarse en palacio, con una pamela parabuntal de altos vuelos, y con un camafeo de oro en la pechera que... Pero, chica, ¿dónde vas que pareces la Pompadour? A la carnicería, rico. Como otros y otras yo también tengo derecho a que me vean y a que nadie me tosa cuando paso. Ya me decía mi madre: hija, con la olla que hierve ninguna mosca se atreve.
A ver, tú que ves y lees todo para escribir aquí: ¿con qué pintas fueron algunas al Palacio Real el día de la Hispanidad? A ninguna vi con un camafeo de Sèvres, como el que llevo yo, para ir a comprar un trasero de vaca, y un falso solomillo que así llamamos en Castilla al filete del pobre. ¡A que no lo viste! Pues aquí lo tienes, y para carnaval el mío. Y no mires tanto al camafeo, guapín, que es auténtico, y también lo que hay dentro: ¡un mechón de su cabello, laralará, laralará! ¡¡¡Y adiós, pescao!!!
Encebollado y todo, me dejó sin réplica. Ella es así de espontánea y compleja. Qué sé yo… Al verla escaleras abajo barriendo con los volantes la pelusilla de los gorgojos, me dije a bote pronto: hombre, he aquí la auténtica imagen de quien echa agua de golpe en una fregona y se le escapa más líquido que el que recoge. Eso parecía, claro, pero no. Carmina cuando habla ni rodea ni gasta tiempo mi saliva en farolillos.
Sin que yo se lo recordase, ella sabía perfectamente que iba de carnaval, que hizo el carnaval delante de mí a plomada vertical y a la redonda, y además -lo que más me duele- me chuleó con la famosa canción de su juventud -la de Adamo con «un mechón de su cabello», pegadiza, relamida, romanticona hasta el sebo, y muy propia para hilvanar en la desesperación lo blando con lo duro para ver quién se lleva al huerto lo tierno y lo maduro en barcones transatlánticos. O sea, un fiel remedo de la política actual carnavalera y para adolescentes con camafeo carmesí, sí, sí, sí.
Porque vamos a ver, señores -y con todo mi respeto a los títeres y al carnaval-, ¿quién no piensa que cuanto dice y hace Sánchez no es más que un carnaval disimilado con emoticonos? Una pantomima a la que, además, añade un mechón marchito para adolescentes sin bisabuela siguiendo la pauta de Adamo: «A mi viejo desván/ por qué fue, no lo sé/ que impaciente subí/ y sin saber para qué». Y el pavo se queda tan tranquilo y sin pestañear.
Más aún. Alguien con dos dedos de frente, cuando escucha y ve a Feijooooo -y ponga la tilde donde le dé la real gana-, ¿no piensa que de un momento a otro se va arrancar el gallego con la versión «amable» del carnaval de Sánchez? No hace falta jurarlo, se lo pide el cuerpo. Se nota a la legua que quiere continuar la letra y el ritmo de melaza de Adamo con los ojos vidriosos de pasión: «Algo me hizo pensar/ que podría encontrar/ el recuerdo fugaz/ de una noche de amor». ¡Toma ya!
Aquí hay tomate, y no hace falta esperar hasta las próximas elecciones para que salpique el churre. Vean si no la juerga que se traen con la renovación del Poder Judicial. Uno dice que está receptivo, pero que se lo pongan por escrito porque dos que gozan en la misma cama acaban... me lo callo. ¿Y el otro? Huy, el otro… el otro -el Sanchuno- está encantado, y le responde con la canción del guarapo: pero si esto yo «lo guardaba en un papel/ en que yo lo envolví». ¡Pero, mi amor, si no hay nada que escribir, que está en una ley laralará, laralará! O sea, están en el juego del enamorado y el pez que espontáneos y fresquísimos tienen que ser, ser, y ser…
Pero ser, ser, y ser -hasta el más absurdo carnaval y patetismo- lo que hemos visto en borrachez bien mojada con el camafeo y el mechón de su cabello de algunas sanchistas bien apuntaladas. ¿No vieron cómo sangraban la cabeza, cómo se cortaban las puntas para mandárselas a las mujeres iraníes que mueren en las manifestaciones y detenciones, precisamente, porque se las ve un mechón de su cabello bajo el chador? Ante semejante hiprocresía y chorrada -propia de millonarias del cambio climático que siembran perejil y les nace un nabo-, mi amigo Gracián las saludaba así de contento en El criticón: «¡sangraos, vecina, que el buen vino es medicina!».
¿Y qué me dicen del bucle ensortijado del doctor Sánchez quitándose la corbata para ahorrar energía; de la ocurrencia de que nuestro dinero pase a su cuenta corriente, porque no sabemos en qué gastarlo; de los presupuestos de Gargantúa y Pantagruel para asar una vaca; de los traslados en masa de asesinos etarras a hoteles de 5 estrellas del País Vasco; de los plantes al Jefe del Estado en la fiesta Nacional; de las leyes trans y animalistas para acabar con la especie humana; de la cancamusa de los fondos europeos como bien inmaterial socialista? Carmina, que es una marmita a punto de estallar, no se anda por las ramas: que te vote Chapote, y que te acune el terrorista con un mechón de su cabello hasta que te den el premio Nobel en carnavalería y energía progre, hijo, laralará, laralará…