Vicente Díaz o el llanto huérfano de Fornela
el otoñal colorido del Valle de Fornela se ha transformado repentinamente en un manto enlutado. El llanto y la pena recorre sus laderas y agrieta la sintonía de sus paisajes. Ha muerto su alcalde, Vicente Díaz el de Peranzanes, un socialista irredento, batallador, sincero y honesto. La bondad y el trabajo hecha munícipe. Representaba como pocos, o más bien como muchos, ese admirable ejercicio de la política desde la dignidad del oficio. El político de pueblo pequeño, desprovisto de ambiciones y vanidades, que tanto impera por todas las latitudes de Castilla y León. Esos que no asoman a los informativos ni a los periódicos, pero que se encargan de abrir su pueblo cada día para que su pueblo siga latiendo, pese a la agonía de la ruina demográfica. Se ha ido Vicente y con él una forma de ejercer el oficio de la política, más allá del de la mina que es el que le dio de comer. El de la política, aparte de disgustos orgánicos, sólo le proporcionó la satisfacción del afecto de sus paisanos. Vicente sacaba siete concejales de siete. El ciudadano suele ser implacable con los buenos políticos. Miembro del Consejo Comarcal del Bierzo, una comarca administrativa reconocida por ley en Castilla y León, el Valle de Fornela, en los aledaños de la provincia leonesa, donde Castilla y León empieza a fundirse con Asturias, era todo su universo. Fornela es un universo de ocres y amarillos en esta época, un espectáculo digno de contemplar. Con hermosos pueblos aseados y un castro descomunal. Y hasta una parrilla argentina regida por un argentino. Lugar de danzas hoy convertidas en un tango doloroso. Si se acercan por esas tierras pregunten por el alcalde y las gentes les contarán que se han quedado huérfanas. El alcalde, como en tantos pueblos, es el que quieren los vecinos que sea el que los cuide.