El bien común
HAY una expresión que pertenece al patrimonio que heredamos como sociedad civil, pero que hoy, en tiempos de crisis, ha quedado relegada a un segundo plano: el bien común. Se trata de un concepto esencial, que va mucho más allá del patrimonio material que nos pertenece a todos y que representa el nexo de unión entre generaciones de un mismo territorio. Los llamados Bienes de Interés Cultural (BIC), de los que Castilla y León atesora una envidiable proporción, forman parte de esa herencia que nos queda, reconociendo que es tan solo un porcentaje ínfimo del todo que un día fue.
Ahora que el Gobierno ha anunciado una acertada inversión superior a los 10 millones de euros para mejorar el estado de los paradores de Ávila, Lerma, León, Ciudad Rodrigo, La Granja y Zamora conviene poner de relieve, en contraposición, que más de tres centenares de elementos del patrimonio cultural de Castilla y León se encuentran en estado de abandono, notable deterioro o ruina, según los registros de la asociación Hispania Nostra, encargada de hacer un seguimiento del patrimonio con ayuda de ciudadanos anónimos.
Todos somos conscientes de que nuestra sociedad occidental vive en una permanente crisis. Crisis social, cultural, ética y de valores y, por tanto, también política y económica.
Reclamar recursos para salvar piedras mientras hay familias que este invierno tendrán serias dificultades para poner la calefacción puede generar cierta sensación de insensibilidad, pero cabe resaltar que Castilla y León es –por derecho propio– el cuarto destino turístico más importante de España, según los datos facilitados esta semana por el INE. Entre las principales motivaciones que mueven a los turistas nacionales y extranjeros a disfrutar de esta tierra ocupa un lugar destacado la visita y el conocimiento vinculado al patrimonio y eso también influye, y de qué manera, en la economía.
La importancia de apostar por un patrimonio tan vasto como el que poseemos en nuestra comunidad reside en el hecho de que pueda ser estudiado, narrado, experimentado y vivido no solo por los expertos en la materia, sino sobre todo por la ciudadanía en su más amplia extensión. Son las personas quienes custodian la riqueza inmaterial que envuelve a cada una de esas piedras que sostienen edificaciones religiosas, militares y civiles, monumentos, castillos y palacios o antiguas fábricas y singulares construcciones. Historias de vida, con significado propio, que deberían representar la piedra angular de la política turística.