Despotismo Ilustrado
'Todo para el pueblo pero sin el pueblo'. El lema del Despotismo Ilustrado puede colocarse en el frontispicio del estadio Zorrilla, cambiando ‘pueblo’ por ‘abonado’. Porque el Real Valladolid ha vuelto al siglo XVIII en cuanto a la relación con sus súbditos, que no ciudadanos. Quiere lo mejor para ellos pero sin importarle un carajo lo que quieran. Como si fuesen ignorantes o menores de edad.
La impecabilidad del trato que dispensa el club a su grey, de una escrupulosidad británica, es directamente proporcional a la indiferencia sobre sus inquietudes y opiniones. El Real Valladolid se ha transformado en un teatro: usted paga, entra, presencia un espectáculo, si quiere come o bebe y se va. Punto. En Zorrilla entienden que es a lo que tiene usted derecho a cambio de su abono. Para eso es una sociedad anónima.
La obligada y aplaudida rentabilidad que debe encontrar un club de fútbol para evitar antiguos desastres ha empujado al indispensable criterio empresarial al absurdo. El cierre por la pandemia vino muy bien para crear una distancia entre empresa y usuarios de sus servicios, que desde entonces no ha hecho sino crecer y ramificarse en otros apartados. Como el de la prensa. Antes se podía entrevistar tras los entrenamientos a los jugadores que se quisiese. Después se acotó a uno solo, elegido por los periodistas presentes. Con la pandemia pasó a elegirlo el club y ya se ha quedado así, no sea que hable alguno que pueda fastidiar el negocio. Los clubes ahora buscan publicidad empresarial, no información libre.
Lo que no ven es que esa sociedad anónima cuenta con una tercera pata: deportiva. Esta es la que vincula al consumidor sentimentalmente con el club. La conexión más valiosa y que llega infinitamente más allá de cuentas, balances y servicios. Va directa al corazón. La componen algunos de los mejores y peores momentos de tu vida, lo que te enseñaron tus padres y transmites a tus hijos, las reuniones con tus amigos para vivir situaciones inolvidables. Eso no entra en un balance. No se cuantifica en euros. No se mete en una caja fuerte.
Y sin embargo es la base de este negocio. El amor. Nadie ha protestado por el cambio de logos de Pepsi o el BBVA. Pueden gustarte más o menos ambas empresas, pero no están en tu corazón. Sin embargo puedes retorcerte ante el cambio del escudo de tu club. Y, sobre todo, por no consultarlo con sus abonados. Resulta increíble que quien rija el Pucela sea un ex jugador de élite y no comprenda la carga simbólica de la acción.
El nuevo fútbol aboca al aficionado a ser un usuario. Como en el teatro. El único recurso que le queda al abonado es el que se ejerce ante una mala representación: el pataleo. En ocasiones se suspende la obra.