Los costaleros de Sánchez
NADA más esto somos, que diría el viejo bolero: costaleros que cargan en andas el insufrible peso de Sánchez. Qué cruel realidad: un iluminado conduce a España por sendas kafkianas, y ni pide perdón al quebrarnos el lomo. A él le basta con agitar la flor incorrupta de Frankenstein: hay que arrimar más el hombro, más. Y digo yo, ¿qué pensará el sanchuno desde su paso procesional, que se ríe de todos, dice memeces en rosicler, y torea a la mismísima UE -con el sobrenombre de Antonio-, cual zorro volador que es el vampiro más grande del mundo?
Pensará que lo merecemos, pues lo aguantamos y votamos a la vieja usanza española: que vivan las caenas. Así que nos mira con desprecio y nos viola con el lagarejo de Kafka: «soy una jaula en busca de un pájaro». Imagen definitoria de este gobierno social-comunista, que vino a traer la felicidad a la gente, pero que nos ha convertido en costaleros de la ruina. En este momento que escribo sólo tengo una certeza: que llueve porque es marzo, y este hecho aún no han podido cambiarlo como las horas del reloj.
Pero Antonio Sánchez no pierde la esperanza. Su autismo le permite vivir en Babia, inventarse problemas como el Sáhara y la «isla energética», o desentenderse de la calle porque echa humo. Se sube al falcon, se echa a la espalda los problemas, y se hace la cuenta del buen truhán: dormí, desperté, vi el paisaje, oh qué vida tan cruel. Como dice mi vecina Carmina, todo acaba en los hombros de los costaleros. ¿No lo ves, hijo? En esta Semana Santa seremos más penitentes que nunca con la cruz que nos ha calzado este dictador romano.
Lo veo, hija. Veo también las pegas de pacotilla que ponen algunos costaleros de lujo que nunca cargan el paso pero que cobran de él. Me refiero a esos sindicalistas, independentistas, golpistas, filoetarras, peneuvistas, ciudadanistas, y demás socios del Gobierno Frankenstein, que ven ahora con claridad la advertencia de Kafka: «Si te involucras conmigo, te lanzarás al abismo». Todos están en el barranco con prudencia y melindres colaboracionistas. Normal, en cuanto se muevan de verdad pasarán a ser costaleros de paso y riñonera.
Bueno, pues andaba yo ensayando por mi pasillo los pasos de costalero de la Santa Amargura, y llamó mi psicólogo. Al oír el estruendo de bombos y chirimías, me increpó: ¡que ése no es el problema, columnista! El problema básico de los españoles es que no tenemos memoria. No digo memoria histórica, sino la normal. Ya ni recordamos esta diferencia insondable: estos caraduras llegaron al poder prometiendo una felicidad perpetua y humanista de OENEGÉ; ¿y qué tenemos ahora sino una sanchunidad cuya pobreza es fiel traducción de su lenguaje vacío y trolero?
¿Qué te indica esto, profe? Pues que nadie promete tanto como quien no piensa cumplirlo. Prometieron todo, no han dado nada, se han quedado con todo, y encima nos han convertido en costaleros. Para este viaje sobran alforjas, que dicen en tu pueblo y en el mío. ¿Qué ha sucedido en la práctica? Pues lo que escribe tu amigo Kafka, a quien citas en tus columnas: que «toda revolución se evapora y deja tras sí una estela de burocracia».
¿Y sabes lo peor, y acabo? Que esto no para aquí. La ambición de este hombre por destruir España no tiene límites. Es la carcoma de los muebles que, cuanto más se deje dentro, peor solución tiene después. Con la cuarta parte de sus despropósitos, injusticias y canalladas, hubo cambios de régimen y revoluciones en otros países. Aquí no. Orgulloso, fatuo y solemne, emerge entre las cabezas de sus costaleros en una interminable Semana Santa.
Poco que añadir a las reflexiones de mi psicólogo. No es posible que un individuo como éste haya llegado a Presidente del Gobierno. No me lo explico, la verdad. Baruch Spinoza, en su Ética para costaleros, nos dio una razón muy juiciosa y experiencial: «Es un hecho comprobado que el pueblo ha logrado cambiar muchas veces de tirano, más nunca suprimirlo». Tócate los bemoles.
Hasta aquí hemos llegado, amigos. Servidor tiene que repasar su ropa de costalero. No quiero llevarme una bronca o un castigo por no llevar bien planchados mis hábitos de esclavo. Tan sólo pido un respeto: los auténticos costaleros de Semana Santa llevan en sus hombros a la Virgen o a Cristo, pero es que nosotros llevamos al diablo que no es lo mismo. Estamos acostumbrados a sufrir, pero no tanto. El desprecio de Sánchez por todos nosotros hace a Pilatos un aprendiz del dolor infligido, pues ni siquiera se molesta en lavarse las manos. Le importa un huevo lo que piensen los costaleros.
Como en este año el que no trague Antonio Sánchez es porque es de la extrema, de la muy extrema, y de la extremísima derecha, no quiero terminar esta columna -aunque no esté para coplas- sin animar la Semana Santa con esta saeta de perdiz roja por la «isla energética»: Ay, las penitas que tengo,/ no me las quita ni Dios. El Covid nos dejó en cueros,/ la guerra de Ucrania en terror./ Y por si esto fuera un juego,/ sufro al Sánchez dictador,/ que aplasta y miente sin freno,/ y ay, ésta es la pena peor.