Diario de Valladolid

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EL LUNES pasado hablamos del corazón de esta guerra infame y desigual. Muchos lectores compartieron mi disgusto emocional ante las imágenes terribles de mujeres y niños destrozados, de ruina generalizada, de millones de exiliados, de muerte, de tiranía sin piedad, y de cómo Goliat machaca a David porque a la Biblia se le ha escapado este arreglillo. Qué vergüenza de Europa, OTAN, y EE.UU.. Hasta ahora sólo palabras, encaje de bolillos, gorjeos de jilguero para la primavera que hoy empieza.

Trataremos hoy de la guerra del dinero que es ya una tembladera. No caen bombas como en Ucrania, pero explotan misiles económicos en un plan minuciosamente trazado: la guerra y el dinero van de la mano. De buenas a primeras nos hemos despertado fuera con una economía de guerra, y dentro, en España, con la economía del desastre. Aunque el Gobierno sanchuno nos oculte como Putin esta guerra del dinero, cuando acabe esta crisis general y profunda, ¿qué pasará a la hora de echar cuentas?

Un tema que pone los pelos de punta. Como vallisoletano y seguidor del Tenorio, voy derecho a la precisión que, como principio básico en economía y en nuestro fatal destino, establece Tirso de Molina: «No hay plazo que no se cumpla ni deuda que no se pague». Como un español más, al que estrujan cada año en la declaración de la renta, la preguntica supone un revulsivo libertario al que se refiere Milton Friedman frente a los tiranos en su libro Capitalism and Freedom: su guerra «contra el libre mercado se basa en la falta de confianza en la libertad misma». Invirtamos en libertad con Ucrania.

A poco que sepamos de cuentas, y viendo la destrucción sistemática de todo un pueblo, esta guerra no es sólo de bombas, sino también de sistemas económicos, de producción, de capitales, de filosofía, y del modo de vivir en libertad como era nuestro mundo feliz hasta ahora. Por esto mismo –cuando termine de verdad la pandemia, se venza a la tiranía de Putin, y el dinero duerma tranquilamente en los bancos–, ¿qué lugar ocupará España?

El de un farolillo. Con la guerra de Ucrania hemos descubierto la falsedad de una economía de pandereta basada en la propaganda, en el turismo follonero, en el gasto incontrolable, y en una deuda supersónica. En la fábula de la cigarra y de la hormiga ocupamos un lugar exclusivo: el de formidables cigarras estridentes, ingenuas, adolescentes que se rascan la barriga, y cuya apuesta consiste en la subida indiscriminada de impuestos. Una medida errática que Churchill comparaba con «un hombre con los pies metidos en un cubo que quiere levantarse tirando del asa».

Avanzamos a trompicones. Y encima, espoleados por este Gobierno de populistas sonoros, y de social-comunistas que supeditan la economía general a sus particulares privilegios e ideología. Sólo les importan los molinillos de viento, las placas solares, el turismo de borrachera diaria, y la agenda 2030 para forrajeros del Kalahari. La economía real y las necesidades del país les importan tanto como los viajes a Marte.

Mientras disimulan cómo atracar al sistema financiero para ponerlo patas arriba, España arde. Esta es la realidad contante y sonante: los camioneros entre la pobreza energética y la desesperación, la agricultura y la ganadería por los suelos, los autónomos en bancarrota, la cesta de la compra a lomos de la inflación galopante como un alien que no admite regulaciones, los mercados a un paso del desabastecimiento, y nuestra economía ausente en los foros de producción. Sólo los sindicatos verticales a sueldo del Gobierno –marisquerías francas que se oponen a la bajada de impuestos y gozan con el desplume indiscriminado de las aves de corral–, hacen caja con la guerra del dinero.

Con estos alicientes –¿alguien imagina que bajo la dirección solvente de Calviño y de su marido repartiendo los fondos europeos son garantía de porvenir?–, y con un Sánchez que vive para viajar en falcon y que viaja para vivir como un magnate ruso, la guerra del dinero la tenemos perdida de antemano. Ejemplo práctico: ¿cómo es posible que Tierra de Campos, que fue el granero del imperio romano, sea hoy una tierra baldía donde se prohíben cultivos, y se persigue a la producción ganadera y las industrias derivadas del campo?

Esto sólo se entiende en una clave demoledora: quieren descapitalizar un modelo de civilización y de vida. El juego ha empezado con las cartas marcadas: dejar en manos de estos vivales la guerra del dinero será un desplume de gansos, pues ninguno de estos magnates pagarán las consecuencias de haberse equivocado en las cifras. Los españoles pagaremos esa ruina económica que, alegremente, presupuesta 20.000 millones del ala para un ministerio que no tenía ni que existir. Suprimida la clase media como objetivo igualitario de la izquierda, somos un país de patos que engorda con fuagrás la famélica legión. La escabechina de los zorros será olímpica. Pero no pierda las esperanzas y siga el consejo de Voltaire con los agentes de bolsa: si uno de estos zorros plateados «se tira por la ventana, salte detrás, porque, seguro, habrá algo que arramplar».

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